El eterno de locas y rotas


Ingrid Ortez_ Casi literalQuebrarse, romperse, estar roto. El mundo está plagado de rotos. Y entre pobreza, migración y pandemia, esto se ha incrementado. Una gran lista de bajas hemos tenido durante estos últimos años y una multitud ha quedado rota por las pérdidas y consecuencias de la pandemia que se van manifestando poco a poco.

Hace unos meses leí un artículo en la revista Time, titulado «Declared Insane for Speaking Up: The Dark American History of Silencing Women Through Psychiatry». Contaba la historia de Elizabeth Packard, escritora estadounidense defensora de los derechos de la mujer y de personas declaradas «incapaces». Era 1860 cuando fue confinada en un manicomio por cuestionar las creencias religiosas, los métodos de crianza y las finanzas del hogar por parte de su marido. El resultado: tres años de su vida en un manicomio de Illinois.

Según la psiquiatría del siglo XIX la independencia femenina era una locura: maridos o padres tenían el poder de enviar a manicomios a una mujer por desafiar todo control doméstico o por opinar diferente.

La medicina de esa época aseguraba que las mujeres ambiciosas y asertivas eran antinaturales, por tanto, enfermas. Que la naturaleza de la mujer estaba ligada a sus órganos reproductores y debía limitarse a sentirse realizada solo como esposa y madre. El énfasis en los roles de género llevó a los médicos a declarar que cualquier mujer que rechazara su rol doméstico y sumiso era médicamente discapacitada. Y las que estudiaban, leían o tenían mentes propias tenían una «conducta excéntrica» y se concluía que estaban «moralmente locas» y debían encerrarse hasta lograr que se adaptaran al clásico comportamiento femenino.

A pesar de que hay miles de rotos en todo el mundo, la realidad es que las mujeres se llevan la peor cuota. Recordé la escultura en bronce iluminada desde su interior llamada Expansión (2014) de la artista Paige Bradley. Esta obra representa a «una mujer rota con luz emanando desde las grietas de su interior». La escultura parece reflejar el eterno de la mujer a través de la historia; rota, quebrada. Y en estos tiempos de pandemia, miles de mujeres se rompieron mucho más al estar encerradas con sus violadores, maltratadores, abusadores; hombres que las consideran de su propiedad e incapaces de verlas como un ser igual y digno de respeto. La formación machista los convirtió en monstruos y lamentablemente esa formación, algunas veces, llegó de las manos de una mujer.

Ya no nos encierran por pensar, leer o ser excéntricas. Muchos siguen llamándonos locas o reactivas a causa de las «circunstancias femeninas». Hasta entre las mismas mujeres hemos tenido la desfachatez de llamar a otras así, pero seguirán uniéndose miles de rotas y maltratadas, pues es un mal que no se logra erradicar y menos disminuir.

Según datos de la OMS, hasta 2018 la violencia física o sexual afectaba a una de cada tres mujeres en el mundo —cerca de 736 millones—; y los estudios, todavía sin números exactos, revelan que se ha intensificado todo tipo de violencia contra ellas —incluyendo niñas— a raíz del confinamiento provocado por la pandemia. Para ese mal lamentablemente no hay vacuna.

En esta llamada «sociedad de la información» seguimos tan ignorantes como en 1800, con más grupos de apoyo y movimientos de lucha por las mujeres, sí; pero no es suficiente. No terminamos de sanar a miles de mujeres rotas que se unen cada día a las estadísticas o se mantienen en ese silencio asesino con su verdugo, mucho menos detener a ese monstruo que levanta la mano o la voz cada día sobre muchas mujeres para humillar, golpear y denigrar, creyendo que está en todo el derecho de hacerlo.

Educarnos y educar a quienes vienen para erradicar este mal es solo una parte de la solución a muy largo plazo que seguirá dejando muchas muertes y mujeres rotas.

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