Compañeros poetas, tomando en cuenta los últimos sucesos en la poesía (y en mi vida), les quiero comentar lo siguiente: tengo frente a mí uno de los libros más interesantes que he leído en los últimos meses o años, quizás, aunque lo último es algo exagerado, pero lo curioso es que es interesante no exactamente por su contenido profundo, existencial, analítico en su realidad circundante, trascendental o lo que sea, no; es más que todo por lo que consiste en sí mismo, por la idea, por su sentimiento, un libro verdaderamente maravilloso o, como dijo el amigo que me lo prestó, «es hermoso ese librito». Pues bien, en primer lugar quiero comentar que está publicado en Anagrama, edición limitada, colección que no conocía para nada hasta ese momento, un par de semanas atrás. Esta colección deja atrás los colores puros y secos del Anagrama tradicional, ese amarillo huevo, un anaranjado teja, un corinto rojizo, rojo lava, etcétera. La edición que tengo frente a mí es algo colorida por las estampas postales de distintos colores que posee, lo cual le da una apariencia rugosa que en realidad no la tiene, pero le otorga esa ilusión.
Bueno, aquí viene la cuestión de ese librito hermoso que parece una novela epistolar pero que estrictamente no es una novela, pero también parece un diario aunque tampoco lo es. Solamente es como un pasaje de tiempo reconstruido a través de cartas, no conozco el nombre como se le pueda decir a eso y no sé si lo tiene, pero eso es, un libro de cartas entre varias personas que recorren desde 1949, no más terminando la Segunda Guerra Mundial (aquí en Guatemala en plena Primavera con el Gobierno de Juan José Arévalo) hasta 1969. 20 años epistolares, exactamente como los viejos tiempos. El conjunto de cartas está reunido bajo la unidad, el nombre, el título de 84, Charing Cross Road y firmado por Helene Hanff, una escritora estadounidense que se dedicó principalmente a escribir obras de teatro y guiones para la televisión hasta que se se publicó esta obra. Curioso título para un conjunto de cartas que se encuentran reunidas en un librito, digo, esto es una dirección. Y es la dirección en donde se encontraba Marks & Co., Libreros, en Londres. Ahora qué es Marks & Co, Libreros ¿?, aquí viene una pequeña descripción de la compañía y una introducción de lo que se irán tratando cada una de las cartas, digo, también de cómo empieza la primera carta y que nos dará una idea de lo que continuará y de lo que quiero decir: «Su anuncio publicado en la Saturday Review of Literature dice que están ustedes especializados en libros agotados. La expresión “libreros anticuarios” me asusta un poco. Porque asocio “antiguo” a “caro”. Digamos que soy una escritora pobre amante de los libros antiguos y que los que deseo son imposibles de encontrar aquí salvo en ediciones raras y carísimas, o bien en ejemplares de segunda mano en Barnes & Noble que, además de mugrientos, suelen estar llenos de anotaciones escolares».
Esta historia contada a partir de estas cartas se trata de la correspondencia que tuvo Helene Hanff con Frank Doel, el encargado de compras y el que al parecer era el vocero de la librería y quien recibía los pedidos/cartas de Helene y demás trabajadores de la librería: Cecily Farr, Megan Wells, Bill Humphries, Maxine, Nora Doel, Mary Boulton, etcétera, por 20 años, y todo empezó para encontrar extraños libros, libros agotados, especializados, de «anticuario».
Las cartas en un principio son muy profesionales, digamos que de compra y demanda, pero luego Helen, que es, al parecer, muy dadivosa y agradecida por su deseo ya satisfecho de tantos ejemplares que le han enviado, empieza a enviarles regalitos de comida principalmente, ya que Inglaterra venía saliendo de la Guerra y las terribles resacas de los bombardeos y cosas de ese estilo. Desde instante se comienza a crear una especie de camaradería con los trabajadores de la librería y de impulsos sentimentalmente amorosos con Frank Doel, hasta el punto en el que la esposa de Frank, Nora, le confiesa a Helen que eventualmente se llegaba a sentir celosa por esa correspondencia.
Estos son detalles que quizás no vienen al caso porque lo que quiero enfatizar es el poder libresco que contiene esta obra, aunque no lo imaginemos porque aún leemos la Ilíada después de tantos miles de años y eso nos confirma la existencia imperecedera de esa fuerza invencible y tantas veces desconocida e irreconocible para que una obra se mantenga por tanto tiempo y aún ahora, en nuestros días, en pleno siglo XXI, y continuemos leyéndola con fascinación. Eso, a mi parecer, es lo que hace muy sorprendente y totalmente conmovedor a este librito de cartas entre amantes, entre apasionados de los libros antiguos, de colección, de esos perdidos que tantos ya han terminado en la basura pero que a algunos, a muy pocos entre tantos millones de millones que somos, aún les interesan porque eso nos hace decirnos que no estamos solos a pesar de lo que parezca, nunca estaremos solos aunque desfallezcamos en las fuerzas del camino que nos abate día con día, minuto a minuto, una bofetada tras un golpe certero y artero de la realidad que se nos escapa de las manos. Y no solo en cuestiones librescas, «artísticas», claro, esto me gusta asociarlo a cualquier actividad, problema, artilugio, gusto, enamoramiento de cualquier asunto de la vida por pequeño o ingenuo que sea y que se nos presenta cada tanto y, todavía así, por ejemplo de lo que estamos viviendo en este país desde el 24 de abril: nunca estaremos solos porque el mundo es vasto y siempre habrá alguien que nos pueda entender o al menos escuchar sin interrupciones, y en una de esas, a lo mejor, acompañarnos en nuestro andar porque por algo este librito vino a mis manos y ha estado en miles de manos más.
Al amigo que me lo prestó, después de decirme que es hermoso el librito yo le contesté prácticamente lo mismo que aquí digo: «Sí mano, [es] esperanzador en eso de que no estamos solos».
Un personaje de Murakami también habla de un amigo cartógrafo y se pregunta así mismo cómo a alguien le puede gustar y hasta divertirse con la cartografía y, más tarde, se concientiza y dice que si al menos no existiera una de estas personas entre un medio millón, realmente estaríamos perdidos.
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