Antes de escribir la primera entrega de esta serie hice una pequeña lista. Intenté ser seria, basarme en parámetros formales: los más conmemorados, los más leídos, etcétera. Consulté a un par de personas cuya opinión aprecio y al final llegué a una lista más o menos definitiva de los escritores de Panamá sobre los que debía escribir; y luego, claro está, ignoré absolutamente todas las recomendaciones de la razón.
La escritura no es ajena a los gustos, por más que intentemos poner la lógica por encima del corazón, y estos autores de los que hablo, los que les exhorto a leer, no son más que mis favoritos. Y sí, son grandes, excepcionales, joyas de la literatura panameña; pero por encima de todo eso, son los que me enseñaron que ser escritora en Panamá era una cuestión por la cual sentirse orgullosa.
La primera persona en esa pequeña lista era Moravia Ochoa López.
No comencé por Moravia simplemente porque, a pesar de ser la primera en mi lista, es probablemente una de las escritoras con las que menos contacto personal he tenido. De ella me enamoré a través de sus libros, y si antes de leer a cualquier otro panameño ya recitaba sus versos es porque hace muchísimos años la vida me puso en el camino a un profesor que disfrutaba de ella como luego habría de hacerlo yo.
Años después tuve mi primera oportunidad de conocerla. Para entonces yo ya había publicado dos libros, ganado algunos premios, recibido buenas críticas y sin embargo, la yo que le dio la mano no era la jovencita que conoció a Ernesto Endara ni la que aprendió de Cesar Young, sino la niña que solía esconderse con un libro en los rincones durante el recreo.
Esa que quería ser escritora. Esa que no estaba segura si las niñas podían, si eran tan buenas como los niños, la que veía que todos los libros que le mandaban a leer eran escritos por hombres. Esa que soñaba y no encontraba por dónde encauzar sus sueños.
Ya no soy esa niña, pero de alguna forma lo sigo siendo. Tal vez por ella estoy aquí compartiendo esta historia con ustedes, escribiendo por todos lados, gritando en voz alta que se puede, sí, se puede. Y no solo se puede: se puede hacerlo bien. Ganar premios, respeto. Ser mencionada años después por una persona a la que no recuerdas y a la que nunca pensaste influenciar.
Gracias por eso, Moravia. Gracias por la lección. Gracias por las palabras. Gracias por ser.
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¿Quién es Lissete E. Lanuza Sáenz?
Lissete E. Lanuza Sáenz, Gracias por por las hermosas palabras a Moravia, sin duda es especial. Todo su mundo ha sido una ideología revolucionaria poética. Y aunque no me encuentro en los versos, admiro su postura y valentía ante la vida. Ella son muchas historias personales, mucho entusiasmo y fe ante la vida, ella, mi madre.
Me alegra muchísimo saber que esto ha llegado no solo a mucha gente, sino a la gente cercana a la Moravia que yo no conozco, a la de todos los días. Sufrimos, en Panamá, de no darle el valor merecido a nuestros escritores, y aunque mis palabras son solo un granito de arena, si ayudan a que una persona descubra lo que descubrí yo, pues me doy por satisfecha.