Piglia desplegó, con una generosidad que yo no he vuelto a ver, una trama sólida en torno al oficio de escribir, un método para recorrer distancias largas, un antídoto contra la crueldad de la escritura: un refugio.
Leila Guerriero
Escribo esto un 9 de enero a partir de las 22:22 horas, sentado en una silla del comedor de mi casa frente a la computadora, la laptop, tomando un vaso de limonada (já) y tecleo y tecleo para llenar un par de blancas páginas digitales con manchitas negras que son letras interrumpidas por miniespacios en blanco, pues bueno, 9 de enero, lunes, ya pasó la parafernalia de fin de año, Navidad es historia con sus memes cristianos y anticristianos y con su compulsiva compradera sistemáticamente neoliberal y ahora nos toca empezar otra vez un ciclo, algo que llamamos ciclo, algo que entendemos como ciclo pero que no sabemos exactamente a qué se refiere. Burdamente creemos que es la vuelta del mundo de 365 días, el famoso movimiento de traslación que nos enseñan en la escuela y en donde el planeta, este lindo planeta con habitantes humanos tan tormentosos, gira alrededor del sol los días que conocemos como años en 365 días y un poco menos de seis horas y a unos 150 millones de kilómetros de distancia del sol, ¿pero será verdaderamente eso? Pinche inicio de año en donde hay quienes que se creen invisibles y renovados frente a las adversidades de la rutina diaria y en donde esa misma rutina nos carcome hasta el cansancio porque viene lo mismo, lomismo diría el buen César Vallejo, en serio que hay golpes en la vida, yo no sé!: somos ilusos, ingenuos y nos devoramos a nosotros mismos con todas nuestras ganas y entusiasmo frente a cada nuevo amanecer, frente a cada nueva prestación que nos correspondería algo como volver a empezar, como a dejar los errores y fracasos pasados porque, si bien nos va, empezamos de cero.
Creo que después de todo debería haber un ciclo de iniciación para cada año que está por empezar, empezando, o en el camino por empezar, depende por dónde se vaya a ver el asunto: iniciación: hacer morir, provocar la muerte como una salida de ningún lugar y a lo mejor, ahora sí, «traspasar una puerta que da acceso a otra parte»: se sale para volver a entrar por toda la eternidad: se trasladan mundos transformándonos en el camino, en el proceso, mutamos, nos metamorfoseamos siempre. Esto fijo que puede ser frente a cualquier situación, incidente o circunstancia, no siempre que acaba un año para empezar otro porque, al final, ¿pecaremos de egocentristas por un calendario gregoriano con achaques que bien se le puede echar en cara? En la legendaria China los ciclos usualmente están en la segunda luna nueva después del solsticio de invierno boreal, en Etiopía el 11 de septiembre, en el mapuche (We Tripantu) el 24 de junio, en el judío en septiembre, en el musulmán el 1 de muharram, en el tibetano entre enero y principios de febrero, en el iraní en el equinoccio de la primavera, y así y así y así.
Mi ciclo de iniciación, por extraño que parezca, creo que viene a partir de la muerte inesperada, para mí al menos, de Ricardo Piglia, este 6 de enero que se fue con ese escritorazo de Adrogué, creador de la fascinante Respiración artificial, creador o creado, depende por dónde se le vea, del fantástico Emilio Renzi, con todo y una dimensión aparte, como privada, como íntima, y sus impresiones puntillosas tan aforísticas en su diario, su visión más allá de lo aparente, pero también más acá de lo cotidiano: Ricardo Emilio Piglia Renzi ¡!¡!: la lucha diaria y constante por la memoria y el olvido, asuntos inconciliables pero unidos por un cordón eterno: «la memoria sirve para olvidar, como todo mundo sabe»: un momento inaugural a tomar en cuenta, junto con otras variantes que lindan el eterno proceder político de la Gran Máquina, de los simples monolitos que somos nosotros, engranajes que nos situamos como elementos decorativos y funcionales del juego. La literatura es el eje, escribir la excusa y la realidad tan irreal el espacio: «…estoy de buen ánimo porque sigo dándole poca importancia a la realidad». Las enfermedades pasan y hay gente que se queda en el camino, así funcionan las cosas, podemos quejarnos y/o guardar silencio…: «uno se queda medio vacío y también con una sensación extraña, en el sentido de que algo que era un centro en la vida de uno, algo a lo que se podía volver, ya no está». Hay letras que se unen, que nos van diciendo algo, que van tramando historias, que van amalgando una voz, hay letras que de repente nos hablan al oído, nosotros muchas veces las escuchamos y les creemos lo que nos dirán, nos divertimos otras cuantas, nos reímos y lloramos de vez en cuando y creemos que este es el poder, que esta es la sensación, que el universo está tan cerca del cielo que incluso nos sentimos adentro aunque nos saquen de un ventarrón: cercanos a la luz de una estrella, así como iluminados, tomamos el corazón entre nuestras manos, lo retorcemos con nuestras vísceras y podemos sentir incluso nuestras venas, ahí, quizás, ya podemos empezar a contar algo para empezar y para terminar, si la vida nos ayuda un poquito, también podremos empezar a leer la inmensidad del infinito y mucho después a saber leer y recordar/olvidar lo que contamos, con suerte: «hace falta más tiempo para rememorar que para vivir, pensó».
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