¡Miedo y racismo, chuladas!


Jimena_ Perfil Casi literalEsperé un poco para ver con leve distancia. La fotografía publicada en la portada de Look Magazine fue casi contundente y poco pudieron argumentar a su favor; luego vino el escándalo propiciado cuando CODISRA demandó a la pequeña empresa «María Chula», y a diferencia del primer caso y de las incompatibilidades entre una y otra situación, la opinión pública no se hizo esperar de forma lapidaria, aparentemente, a favor de la empresa; pero ojalá esto fuera así de sencillo.

Advierto que esta pequeña columna de opinión no se centra en ninguno de los casos anteriores y pretende ser un ejercicio personal y una invitación a cuestionarnos acerca de lo que somos capaces, de desmontar prejuicios y ahuyentar temores. La mayoría de nosotros crecimos recibiendo mensajes —directa o indirectamente— cargados de prejuicios y burlas hacía los pueblos originarios, los homosexuales, las mujeres y en general contra todo aquel que de alguna forma vulnerara lo considerado normal o correcto desde la perspectiva conservadora y clasista característica de esta sociedad. Estos mensajes o comentarios, provenían de nuestras propias familias, de nuestros amigos, de nuestras instituciones educativas, de cualquiera en la calle e inclusive de la televisión nacional a través de su siempre patética programación. Yo recuerdo haber escuchado que «los indios son bolos y sucios», que «los gays son pecadores» y que «las mujeres debemos estar en la cocina  por ejemplo».

En mi núcleo, en mi familia cercana, tuve la ventaja de contar con pocas imposiciones y haber tenido de cerca situaciones que me permitieron comprender poco a poco lo disfuncional de este sistema y lo terrible de la realidad desigual en este país; sin embargo, no escapé del aprendizaje sobre racismo, sutil y casi característico del ambiente capitalino, y que consistía en reproducir chistes, bromas y formas de expresión ya que, sobre todo en la adolescencia, era una buena forma encajar. No fue sino hasta más adelante cuando empecé la ardua tarea —porque no ha sido fácil— de no solo comprender esos actos sino además de modificarlos, iniciar procesos de deconstrucción personal.

Habiendo expuesto lo anterior, me atrevo a cuestionar a una sociedad a la que, si bien se le ha enseñado a utilizar la idea de ladinidad como un indicador de supremacía, separación y diferencia para desmarcarse de su pasado maya, no ha querido aprender a desaprender. Se niega a la autocrítica acaso porque la posibilidad de cuestionarse a sí misma le genera miedo, un temor profundo a lo que podría descubrir al tener que cuestionar a sus padres, maestros, amigos y demás lazos que lo han constituido.

Cuestionar a la sociedad implica cuestionarme a mí misma para transformarme, para llenarme de dudas y contradicciones que me permitan mejorar mi vida y mi relación con los demás. Cuestionar implica reconocer y volver a cuestionar el privilegio desde el cual hemos y seguimos actuando, no para lamentarme ni para sentirme mal sino para generar nuevas formas más humanas de relacionarnos.

Despojarse de un pensamiento racista, clasista y demás juicios sin sentido y cargas aprendidas o adoptadas requerirá de toda una vida de esfuerzo personal, para transformarnos y para transformar esta brutal y agresiva realidad.

En los acontecimientos citados al inicio, lo que me parece alarmante es ver las reacciones viscerales y las formas tan banales que se utilizan para justificar el miedo, la falta de empatía y la poca capacidad de autocuestionamiento, reflexión y autocrítica. Pareciera que dentro de esta urbe se formó un mundo ajeno y enajenado en donde la clase media aspiracional conforma y mantiene su identidad gracias al desprecio para con quien se presenta como diferente, y en este caso específico, como elemento fundamental para su supervivencia cimentada en el clasismo y el racismo.

No importa si fue María Chula, si es Quezalteca Especial o si fueron los chistes sobre «la Maríe y el Pegre». No importa si es la foto en una revista, si es la explotación de tejedoras a quienes no se les reconoce el precio justo por su trabajo. No importa nada en esta jungla: nos han convertido en una sociedad de zombis que se niegan al cambio y que se ofenden cuando se les llama racistas porque no están acostumbrados a escuchar sino únicamente a actuar con hipocresía.

Hay muchos que temen al cambio, que quieren creer en la Guatemala hermosa de los anuncios de Guatemorfosis y de Pollo Campero, pero para que esta finca se transforme en ese espacio en el que todos quepamos, en el que todas nuestras diferencias se conviertan en un motor generador de riqueza para todos y todas, considero que debemos empezar por aceptar la posibilidad de que, en mucho o en poco, siempre hemos estado equivocados.

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