Solo los valientes sobreviven la crítica


Lucía Aguilar_ Perfil Casi literalMatar a un hombre viéndolo a los ojos requiere valor. Dejar a la familia por unirse a las filas armadas requiere valor. Convertirse en artista en un país tan enajenado como Guatemala también requiere valor.

En fin, el valor es una cualidad humana rara de encontrar. En literatura, el escritor requiere del valor en distintas etapas. La primera, cuando escribe y se enfrenta consigo mismo en el texto (la crítica interna). La segunda, cuando el texto ya está terminado y sale al mundo, como un hijo deseado o no deseado, para exponerse ante la opinión de los demás (la crítica externa).

La crítica interna es el proceso de valor que desvanece la presencia del sujeto-escritor en el texto y lleva a cabo el juicio estético. A la hora de crear, el escritor sufre un desdoblamiento y, aunque suene demasiado poético, usa sus mismas vísceras para llenar su pluma con la sangre coagulada. El escritor debe convertirse en su propio jurado imparcial, y uno estricto y vil si quiere lograr el éxito.

Tan retador es el proceso de la crítica interna, que muchas veces el autor pierde la capacidad de la vista y no es sino hasta que escucha los comentarios de un editor cuando la recupera. Hablo en este caso de editores singulares, aquellos que en vez de utilizar una pluma común y corriente para tachar los errores usan una afilada cuchilla para romper páginas enteras. Tal es el caso de Maxwell Perkins (quien editó a Hemmingway, Fitzgerald, Thomas Wolf), Kurt Wolff (quien editó a Kafka y creía que un buen editor publicaba los libros que la gente debería leer en vez de los que querían leer) y Gordon Lish (quien metió tanta mano en los textos de Raymond Carver, que muchos dudan si los cuentos en realidad son escritos por él o por quien los editó), los tres son, de por sí, editores magistrales.

Con esta aclaración no quiero decir que los grandes autores no fueran capaces de llevar a cabo una crítica interna, más bien, su capacidad de autocriticarse fue tan aguda que supieron reconocer la necesidad de la intervención de un editor para hacer que sus textos llegaran a ser lo que son ahora.

En cuanto a la crítica externa (haciendo referencia a lo duro que es cuando un texto sale al mundo y tu nombre firma debajo), recuerdo el caso de Hector Hugh Munro, quien toda su vida publicó bajo el seudónimo Saki.

Debido a las represalias de la época —hablo de Inglaterra a inicios del siglo XX—, Saki nunca se atrevió a firmar alguno de sus cuentos. Tenía miedo a que gente hallara ideas suyas en sus historias y por si fuera poco, en aquella época y en aquel contexto, ser homosexual era un delito (esto fue lo que nadie le advirtió a Oscar Wilde, que vivió en la misma época).

A pesar de las duras ideologías de entonces, Saki logró dominar la crítica interna y ahora sus historias, duras y despiadadas, burlan las clases sociales altas y medias; sin embargo, nunca pudo quitarse la máscara ante la crítica externa y escondió su genialidad debajo del humor negro que tanto caracteriza sus narraciones.

Ya sea interna o externa, la crítica requiere un esfuerzo sobrehumano de valor, característica que los guatemaltecos aún estamos aprendiendo a manejar. Ahora nos gusta tanto decir que somos revolucionarios, sin embargo, apenas reflejemos la valentía con la que lucharon nuestros padres y abuelos. El valor de la crítica es una cualidad humana rara de encontrar, aún más en este país y en su arte.

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