«Venimos de un mundo solitario, el vientre materno, y somos arrojados a otro, poblado de presencias que nos son ajenas».
Carlos Solórzano
Tal parece que la novela Los falsos demonios, de Carlos Solórzano, es una radiografía psicológica del guatemalteco promedio. En ella su autor crea como protagonista la figura de un personaje sumiso, doblegado ante el miedo, luchando constantemente contra el querer ser, el poder ser y el deber ser, siendo casi siempre vencido en lugar de vencedor. Cualquier parecido con la lucha interna de muchos guatemaltecos ante la coyuntura política no es mera coincidencia.
Hace un año se llevó a cabo la primera manifestación pacífica cuyo objetivo era lograr la renuncia del ahora expresidente Otto Pérez Molina y de la ex vicepresidenta Roxana Baldetti. A un año de ese suceso, más que esperanzas, hay incertidumbre en la mente de cada uno de nosotros. Aunque el clamor popular era fuerte, tan fuerte como un fuego intenso que ilumina la más sublime de las antorchas, esa llama luminosa simplemente se está consumiendo poco a poco con el peligro latente de extinguirse por completo.
¿Por qué se desvaneció esa búsqueda de justicia? ¿Qué nos ha detenido a seguir exigiendo un alto a la corrupción? ¿Acaso creemos que ya logramos erradicar la injusticia, la inequidad, la corrupción, el clientelismo político? Peor aún: ¿quién nos hizo creer semejante disparate?
¡Seamos realistas! Denunciar toda esa podredumbre política y social que nos aqueja a través de una protesta pacífica en plena Plaza de la Constitución no fue suficiente. A duras penas el pueblo se levantó durante veintitantos sábados consecutivos de protesta colectiva y, pasadas las elecciones, el silencio se adueñó de la plaza de forma absoluta.
Los guatemaltecos no comprendemos el trasfondo de la corrupción que impera en el país porque consideramos que el accionar de ciertos funcionarios públicos considerados «inamovibles» de su cargo (los mismos de siempre, les dicen) es la raíz de la falta de transparencia y de la injusticia social, cuando esto es únicamente la punta del iceberg.
En realidad existen poderes paralelos que influyen directamente en las decisiones de los gobernantes, congresistas y demás funcionarios públicos; gente que incluso no figura en los medios masivos de comunicación pero que pertenecen a la cúpula de empresarios corruptos, militares retirados, funcionarios de bajo perfil e incluso miembros de comunidades eclesiásticas.
Y no estoy diciendo nada que no se haya difundido anteriormente por medio de diversas investigaciones exhaustivas, pero es necesario reiterarlo para no perder este elemento de vista, pues en tanto no comprendamos cómo funcionan realmente las cosas, poco podremos hacer en pro del país.
Nos sentimos arrodillados y maniatados ante aquellos tiranos que nos han gobernado. Y ojo: no me refiero exclusivamente a ex mandatarios y vicemandatarios sino a todos aquellos que gozan del poder suficiente para poner y quitar gobernantes en dicho asiento presidencial, incluyendo a la comunidad internacional. Visto desde esta óptica, la coyuntura actual y su trasfondo histórico y político arrancarían las lágrimas desesperadas de cualquiera, pues la corrupción y sus derivados han sido aquellas sombras que nublan nuestras vidas y nuestra tranquilidad. Sin embargo, ¿será realmente imposible detener ese fenómeno? ¿Combatir la corrupción es una causa perdida? ¿Qué nos hace creer tal cosa? ¿Será acaso que además de esos poderes paralelos y funcionarios corruptos, lo que nos gobierna es el miedo?
Carlos Solórzano, al igual que nosotros, conoció una Guatemala dominada por un miedo engendrado por la tiranía de unos cuantos que, además de gobernarnos, se han adueñado de todo, hasta del intelecto de las mayorías. Sin embargo, esos tiranos que escupen la faz de nuestro país jamás se adueñarán de nuestro recurso más valioso: el libre albedrío. Si bien es cierto que existen circunstancias externas que condicionan nuestra mente, absolutamente nadie puede robarnos nuestra capacidad de tomar decisiones propias que a su vez repercuten en lo colectivo.
En otras palabras, la posibilidad de generar un cambio en la esfera individual que afecte la esfera colectiva es real, es nuestra y nadie podrá arrebatarnos esa capacidad de decisión a no ser que nosotros mismos les concedamos ese permiso. Si logramos vencer el miedo, ese demonio que se disfraza de falsa prudencia, quizás tomemos decisiones más congruentes con nuestro propio pensar. Quizás nos veremos de nuevo en la plaza. Quizás.
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¿Quién es María Alejandra Guzmán?