Saqué una maestría en Mujeres y Desarrollo en el Instituto de Estudios Sociales de Países Bajos. Tuve compañeras que me enseñaron la variedad de costumbres en el islam y me introdujeron a la feminista marroquí Fátima Mernissi.
Cuenta el Chachnama, una de las principales fuentes de la historia de Sind —hoy Pakistán—, que cuando en el siglo VII de nuestra era el ejército árabe llegó al puerto de Dabal, un Brahmín les dijo que la ciudad estaba protegida por un talismán: cuatro banderas en la cúpula del Gran Templo. Los árabes derribaron el talismán y todos los habitantes fueron masacrados. Este episodio ayuda a entender odios étnicos y describe el carácter de la yihad o Guerra Santa. En menos de un siglo dominaron Kurasam, Persia, Iraq, Siria, parte de la India, el norte de África y el sur de España.
De islamizar Turquía, Indonesia, Malasia y partes de China se encargaron los comerciantes árabes, los misioneros sufís y la propia seducción del islam. ¿Por qué seducía el islam? Por su parte mística: el sufismo, y por la avidez de conocimiento que lo caracterizaba. Gracias al islam se tradujo el saber científico y filosófico de la antigüedad, produciendo uno de los períodos de mayor brillantez científica y filosófica de la historia. Pero la ortodoxia sunita, aterrada por ese florecimiento, separó las ciencias profanas de las religiosas, empobreciendo ambas.
En lo político hay enormes contrastes: gobiernos tiránicos y sociedades abiertas donde las mujeres islámicas mantienen sus costumbres matrilineales y matrilocales, como las minangkabau de Indonesia. Sin embargo, a raíz de la ola fundamentalista que floreció luego de que el ayatola Khomeini tomara Irán en 1979, la opresión de las mujeres en el islam se ha vuelto común.
Según Fátima Mernissi, es el Hadith —comentarios sagrados— y no el Corán la causa de la opresión femenina en el islam, y propone una reinterpretación del Corán, marcado por siglos de interpretaciones patriarcales. Otras feministas alegan que más bien el Corán hace mucho por las mujeres, pues sus versos fueron revelados al profeta Mahoma cien años después de que San Agustín declarara a las mujeres inferiores y luego de que Tertuliano las culpara de la pérdida del Paraíso y las declarara enemigas de la Ley Divina.
Sí, bastante lejos de esa misoginia cristiana están los versos del Corán que dicen que ambos sexos tienen idénticas virtudes y obligaciones y que su trabajo tiene un valor equivalente. En la época del Profeta, hombres y mujeres asistían a la mezquita juntos. Las mujeres conservaban sus bienes, participaban en las decisiones y dirigían ejércitos. Pero la ortodoxia islámica en la mayoría de los países les hizo perder sus privilegios por esa tendencia del islam a la diversidad, y a abrazar un concepto y su opuesto.
A este factor se junta una coincidencia temporal nefasta. En los siglos XIX y XX recorrieron el islam movimientos reformistas para adaptarlo a la modernidad occidental; pero a principios del siglo XX, Occidente tuvo subyugados a casi todos los países islámicos: Inglaterra dominaba la India, Egipto, Sudán y la península arábica; y, mediante el tratado angloruso, Persia. Mientras tanto, los holandeses estaban en Indonesia desde siglos atrás y los franceses en el Maghreb.
Fue así como empezaron los movimientos antioccidentales para sacudirse el yugo, y en esa lucha quedó asociada la libertad femenina con el opresor, creando así una relación injusta, desde cualquier perspectiva de los derechos humanos, entre el islam y las mujeres (o el islam y el hecho de ser mujer). Hubo entonces un retorno a la ortodoxia oscurantista de los ulemas —doctores de la ley islámica— como oposición a Occidente. Las grandes perdedoras de este doble movimiento de liberación y de retorno a un pasado patriarcal dogmático y mítico fueron y siguen siendo las mujeres.
El fundamentalismo es sólo una pequeña parte del vasto mar del islam.
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