Bradbury y Truffaut: una pesadilla llamada Fahrenheit 451


Pedro Crenes Castro_ Casi literalQuizá Ray Bradbury escribió Fahrenheit 451 (1953) para estos tiempos. No porque los libros vayan a desaparecer arrasados por el fuego, sino por la incapacidad cada vez más evidente de apreciar el valor que tenemos en ellos, tal como leemos en la página 174, casi al final de la obra: «Pero incluso cuando teníamos los libros en la mano, mucho tiempo atrás, no utilizamos lo que sacábamos de ellos. Proseguimos impertérritos insultando a los muertos. Proseguimos escupiendo sobre las tumbas de todos los pobres que habían muerto antes que nosotros». Ya en la página 97, Faber dice a Montag una verdad lapidaria, constatable también hoy: «El público ha dejado de leer por propia iniciativa».

En 1966 se estrenó la versión cinematográfica de la Fahrenheit 451, dirigida por Françoise Truffaut. El arranque sorprende porque una voz en off lee los créditos, no hay letras: esa ausencia de texto escrito se percibe como arenilla en los ojos hasta que aparecen, salpicando la cinta, algunos libros y sus portadas (la mirada vuela hacia las letras para leer) que arden por exigencias del guion, en una serie de escenas de gran potencia dramática que conservan un tono pesadillesco no muy lejano al de las hogueras de libros que vimos arder en blanco y negro durante la Segunda Guerra Mundial: las más de mil palabras de la novela interpretadas en más de una imagen.

¿Qué estamos haciendo con los libros? La vieja sentencia, «una imagen vale más que mil palabras», va calando cada vez «mejor» en el ideario colectivo. La pereza crece y se instala con «eficiencia» en la capacidad de comprensión de un texto escrito, de desentrañar su significado en la soledad de la lectura: un puñado de imágenes son más fáciles de digerir y transformar en una mentira que implantar en la mente del consumidor. Miren si no el primer gran fake literario: dos IA, una imagen de un ciudadano chino, «filósofo»; y tenemos, publicado en Italia, un libro llamado Hipnocracia: Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad. El gran pecado: tragar la imagen y dejar de leer las mil palabras.

No por fuego, pero la desaparición paulatina de los libros en formato físico en favor de los PDF, libros electrónicos o audiolibros que flotan en esa memoria falsa que nos ofrecen los todopoderosos motores de búsqueda, debería despertar en nosotros cierta sospecha. ¿Seguro que los libros que descargamos están completos, que se ajustan al «original»? ¿Estarán, poco a poco, quemando las ideas, distorsionándolas o haciéndolas desaparecer?

La Humanidad es mejor contra sí misma que a su favor. Poco a poco posponemos lecturas, cedemos criterio y creemos lo que nos ponen delante sin preguntar. No podemos asegurar que lo que vemos sea cierto (quizás nunca hemos podido), pero cuando la ficción traspasa la línea que le marcan los libros, todo es tan posible que da miedo. Todo es tan «real» que, para muchos, sobra la duda razonable de si estamos o no ante la verdad. Una pesadilla.

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