Addio a la madre: Adiós, Montserrat Caballé

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Rubí_ Perfil Casi literal«¡Addio!» es la palabra que cierra el aria Addio a la madre en la ópera de Pietro Mascagni Cavalleria Rusticana. «Adiós, mamá» grita Turiddu previo a batirse en duelo por el amor infame de Lola. El mejor adiós es el que preludia al éxodo; el irreversible que hace de las representaciones operáticas un dolor esperado. A los diletantes aficionados nos gusta padecer las despedidas, llorar por la herida. Los adioses son necesarios porque obligan al recuerdo: lo empujan y lo engalanan hasta magnificarlo; hasta justificar la tristeza agridulce que queda como sedimento de mejores tiempos.

Así, engalanado y magnífico se posiciona ahora en la historia de la ópera el recuerdo de la soprano Montserrat Caballé, quien murió hace pocos días. No viene al caso asumir un enciclopedismo desechable enlistando laureles, actuaciones de gala en teatros pomposos o datos biográficos que quedan en mera farandulería. Hay que pensar, si no en lo esencial, al menos tampoco en lo banal.

La ópera, es decir, la tradición músico-teatral, deja ir a la más conmovedora Tosca, la Turandot más despiadada y sin duda su más excelsa y casi mórbida Medea. La pérdida es grande pero la herencia cuantiosa, lo que amortigua el peso del adiós inminente desde su retiro no tan reciente de los escenarios. Caballé dejó actuaciones incalcables y mucha tarea por hacer para las intérpretes frescas que seguirán siendo las heroínas de Verdi,  Puccini o Cherubini porque es una verdad que los pesos pesados de la ópera del siglo pasado van cerrándose detrás de los telones que los despiden. Hace varias décadas fue María Callas, luego Pavarotti. Meses atrás el barítono Dimitri Hvorostovsky (este menos conocido pero no menor) y hoy es Caballé; mañana el embudo seguirá estrechándose hasta que sea tarea pendiente crear nuevas figuras míticas que coloquen a la ópera en el lugar que fue perdiendo ―aunque se perdona― al hermanare con la música pop u otros géneros musicales de mayor alcance. Pero cada adiós devuelve un hola y el futuro de la ópera es prometedor; la certeza es plausible.

En fin, hay mucha Montserrat Caballé para recordar, todo que reconocerle a una trayectoria en ascenso perpetuo, así como incontables sacudidas por agradecer. Adiós a una primadonna irrepetible de un vigor vocal capaz de detener el curso de la sangre más arrebatada. Adiós, Montserrat Caballé.

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