La religión de las apariencias


Rubí_ Perfil Casi literal

Steven Ramos es un joven guatemalteco de diecisiete años de quien se ha hablado y escrito mucho en estas últimas semanas. El motivo de la cobertura de su historia es que, vestido de saco y corbata, vende tortillas en la plaza El Amate de la zona 4 en la ciudad capital. “El Licenciado” lo llaman quienes le compran tortillas en ese lugar. No cabe duda de que este joven es un modelo de perseverancia, valentía y demás virtudes.

Hasta aquí todo va bien, sin embargo el enfoque de la mayoría de los artículos que leí sobre el joven Ramos me causó cierto desasosiego. Los medios escritos y electrónicos (sin mencionar alguno en particular) tiraron fuegos pirotécnicos con la historia de Steven a razón de que diariamente el muchacho decide vestir, mientras trabaja, un saco y una corbata. Los bombos y platillos sonaron al advertir el aspecto “ejecutivo” de dicho jovencito. Algunas apreciaciones del quehacer de Steven son superficiales y evidentemente algo anda mal.

En primer lugar —y con todo el respeto que merece este muchacho trabajador— me pregunto cuál es la novedad. ¿? ¿Acaso no hay un sinnúmero de personas (hombres, mujeres, niños y niñas) haciendo lo mismo que hace Steven para vivir, con la única excepción del atuendo? ¿Acaso solo por un saco y una corbata el trabajo automáticamente se dignifica? ¿No es lo mismo que Steven venda su producto vestido normalmente, siempre y cuando lo haga con las medidas de higiene necesarias? ¿Si vendiera tortillas vestido como cualquier otro muchacho de su edad, no sería igual de valiosa y admirable su labor? ¿Sólo los licenciados visten de traje? Todas estas preguntas se responden solas.

En segundo lugar es necesario resaltar que lo importante del trabajo de personas (porque hay muchas) como Steven no es el traje en sí; no debemos caer en el juego de las apariencias y los prejuicios. Recordemos que muchos quienes lucen trajes sastre de corte europeo, camisas de marca, zapatos costosos y demás indumentaria, son también aquellos personajes sobrepagados que llegan a dormir en las curules del Congreso mientras cobran sus estratosféricos salarios; ladrones de cuello blanco en otras palabras. ¿Qué valor tienen las apariencias en casos como esos? Ninguno, definitivamente. ¿De qué les sirve el traje y la corbata? De nada. Mientras mueren personas en los hospitales de la capital y del interior del país por falta de insumos, muchos encorbatados no hacen más que ejercitar su intelecto con las revistas pornográficas con las que los sorprenden las cámaras escondidas.

No nos engañemos: este muchacho, al igual que muchos otros en Guatemala, solo busca ser una persona útil para sí mismo, para su familia y para la sociedad. Pensemos también que detrás del producto que vende Steven hay un agricultor que cultiva y cosecha el maíz y que quizá la tierra donde siembre la milpa no goce del fertilizante necesario, o que por los constantes cambios climáticos las cosechas a veces se pierdan, desencadenando desnutrición u otros problemas. Detrás de esas tortillas también está la persona que trabaja en la molienda así como la persona que vende el maíz, la mamá y las hermanas de Steven. Seguramente la labor de cada uno de los trabajadores mencionados anteriormente no viste traje sastre para dignificar su labor.

La intención de Steven es completamente válida y se requiere iniciativa para cambiar paradigmas, por irónicos que éstos parezcan. Él únicamente se está ajustando a las necesidades de la sociedad de compra-venta en la que vivimos; sociedad que, de no vestir un traje y una corbata, quizá no le hubiera prestado la mínima atención aún mereciéndola de sobremanera por su actitud ejemplar.

Este tema da mucha tela para cortar, pero quiero finalizar exhortando al abandono de la religión de las apariencias. No seamos el vulgo que se deja seducir por ellas, como lo decía Maquiavelo. No endiosemos simples trapos; seamos objetivos y aplaudamos lo aplaudible. Steven se suma a la  población de trabajadores menores de edad y por ello merece la admiración y respeto de cualquier persona, pero no por su apariencia sino por hacer la diferencia en un país donde las opciones ilícitas para producir están a la vuelta de la esquina.

P.D.

Es mi deber mencionar que, con un enfoque diferente pero objetivo, estas incógnitas también fueron planteadas por Gabriela Lehnhoff en el artículo del 13 de agosto “Última hora: Mujeres sin traje ni corbata también venden tortillas”, en la revista Contrapoder. Comparto el enlace para los interesados: http://contrapoder.com.gt/2015/08/13/ultima-hora-mujeres-sin-traje-ni-corbata-tambien-venden-tortillas/

¿Quién es Rubí Véliz Catalán?

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