Hay un viejo y famoso chachachá que canta «Yo no le creo a Gagarin, que anduvo cerca de la luna, que anduvo cerca de Marte. Yo no le creo a Gagarin…» en referencia al cosmonauta soviético que en 1961 se convirtió en el primer ser humano en orbitar la estratósfera terrestre, dando el primer guantazo en la carrera espacial entre la URRS y Estados Unidos y alimentando así la obsesión de los soviéticos por la conquista espacial.
Pero antes de eso estuvo Aleksándr Bogdánov (1873-1928), filósofo fundador de la tectología, médico, figura fundadora del bolchevismo y aliado hombro a hombro de Lenin que posteriormente se dedicó a la experimentación de transfusiones sanguíneas en busca de la eterna juventud, y a la vez fue personaje clave en el surgimiento de los Proletkult, una especie de colectivos de artistas proletarios que abogaban por una nueva forma de hacer arte en la recién fundada URSS.
En parte por su forma de ver y ejecutar estos comités —que disgustaban a Lenin— Bogdánov fue defenestrado del partido por su antiguo compañero. Así, lejos de las esferas del poder, el fantástico personaje pudo regresar a sus experimentos y fijar sus ojos en otras esferas que le llamaban la atención: las celestes. Porque si no fuera poco para llenar una vida, Bogdánov era el autor de Estrella Roja, una novela de ciencia ficción publicada en 1908 en la que los marcianos han implementado el sistema socialista en su comunidad planetaria y viven en total plenitud y armonía.
Teniendo esto en cuenta, el colectivo de escritores italianos denominado Wu Ming publicó en 2018 la novela Proletkult en la que un Bogdánov, entre desencantado y resignado con el curso de la revolución rusa a las puertas de su décimo aniversario, recibe la visita de una misteriosa muchacha llamada Denni, que dice venir del planeta Nacun y ser la hija de Leonid, el personaje principal de Estrella Roja, su antigua novela.
Bogdánov, empieza a creer en la veracidad del relato de Denni cuando encuentra demasiadas coincidencias entre su versión de la historia y la versión que muchos años antes le narrara un antiguo compañero de lucha —durante un ataque febril y demente— acerca de su viaje a un planeta lejano y su aventura amorosa con una extraterrestre, la cual inspiró la escritura de su novela. ¿Es esta joven realmente la hija de todo lo que él había considerado un delirio que le sirvió para alimentar una fantasía literaria?
Proletkult pasa por distintas capas de profundidad: la relación con la historia, las utopías desvirtuadas, la posibilidad de la vida y el colonizaje en otros mundos, la imposibilidad humana para la virtud absoluta… Y todo el tiempo nos hace dudar sobre si lo que leemos es una novela de ciencia ficción o una novela meramente realista que habla de los delirios creados por nosotros mismos, hasta llevarnos a un final impactante que nos deja con una incógnita que tendría que ser resuelta en un bar y a los gritos.
Con apariciones de Lenin, Stalin, un Trotski en la sombra y muchos otros personajes históricos menos conocidos, Proletkult nos puede llevar a preguntarnos si en realidad no es el materialismo dialéctico lo que está mal, sino más bien nuestra naturaleza humana, que dista tanto de los marcianos o los nacunianos que viven en paz en su perfecto sistema socialista. ¿Somos nosotros el problema?
Entre tantos elementos que conforman esta novela hay dos que merecen ser destacados. Uno de ellos es el éxito con el que salen bien plantados los Wu Ming en un ejercicio tan arriesgado de mezclar extraterrestres y comunistas, y que se nos haga enteramente verosímil y digno de análisis. Y la segunda es revelarnos a un personaje tan complejo, fantástico y olvidado como Aleksándr Bogdánov, un científico cuya vida parece una novela. La ciencia y la ficción en una sola persona.
Luego de leer la novela Proletkult uno se queda con la duda: Talvez Gagarin sí merece una segunda oportunidad para ser creído.
†
Entra aquí para ver todas las publicaciones de José Adiak Montoya en (Casi) literal