Estos dos últimos años han sido de viajar por algunos países de América Central. Por un lado, una grata y magnífica experiencia; por el otro, tuve que dejar mi país durante ese lapso. Cuando he tenido la dicha de viajar por estas tierras siempre me ha fascinado leer o releer a sus autores, tanto los vivos como los que ya no están entre nosotros.
Descubrir libros de cuentos, novelas, poesía, crítica y demás es algo que va de la mano con escuchar por vez primera a cantores o grupos de estos lares, con nuevas producciones o con música que jamás había escuchado. Encontrar a artistas y maravillarme con lo que desconocía. Algunos de ellos tengo el privilegio de conocerlos y hasta de ser su amigo aunque sea en Facebook, pero esa solidaridad de escritor centroamericano es una peculiaridad y debería ser estar impregnada en las solapas de las publicaciones.
Mis viajes por Honduras, Costa Rica y El Salvador (en Nicaragua me vedaron el ingreso, pero eso ya es algo normal en estos tiempos) presenté los últimos libros de mi producción, participé en varios congresos o encuentros, volví a visitar a queridos y fundamentales amigos, impartí clases y charlas en varias universidades y hasta coordiné un diccionario para sordos, siendo esta una experiencia maravillosa que merece otro espacio.
Dentro de las producciones que llevé conmigo entre mis valijas y las que chineé por cientos de kilómetros, quisiera destacar el libro de cuentos Soft Machine, del escritor salvadoreño Ricardo Hernández Pereira, publicado en 2021 por Índole Editores en San Salvador, y que pertenece a la colección Índole Nueva Narrativa.
Receta para un cuento
Como lector uno valora cuentos que le impactan, le provocan una sacudida, le acongojan o le hacen sonreír; como un fragmento de ficción que mientras se va leyendo, de la piel brotan ronchitas; te erizas como si fueras un trapecista que está a punto de lanzarse al vacío.
Pues eso es lo que estos relatos de Ricardo Hernández Pereira me provocaron. Me abrazaron en la lectura hasta que debí soltarlos en la última página mientras sentí como si hubiera concluido una maratón. Fabulosas las historias, despojadas de cualquier intención estilista o provocativa como flautista de Hamelin. Contrariamente: son narraciones sencillas. Pero lo que impacta es el comportamiento de sus personajes, su desarrollo trepidante y los finales tan inesperados que se agradecen mucho.
Como dice el descuartizador, vamos por partes.
Tiene una sobria portada en la que destaca el nombre del autor, el título y la foto de un automóvil con las llanas para arriba, un Datsun de por allá de los años setenta del siglo pasado. Luego, el logo de la editorial. En la cuarta de forros —a la que llaman contraportada— la foto de Ricardo, algunos datos bio-bibliográficos y un texto en el que se destaca que «Los hechos de estos cuentos nos hacen ver la realidad diaria siempre a través del buen oficio de narrar de un autor perspicaz».
Nacido en El Salvador en 1985, Ricardo ha publicado, además de Soft Machine, Los lugares que abandonamos (2024). Además, es docente y editor. Este último afable oficio lo llevó a dirigir Pantógrafo Editores, desde donde ha publicado antologías como Cuentos indispensables, entre 2022 y 2024. Algunos de sus relatos deberían ser antologados por muchas editoriales, pero hasta ahora cabalgan entre antologías de su país y en revistas. Su libro Los lugares que abandonamos obtuvo el VI Premio Nacional de Literatura José María Méndez, de la Universidad de El Salvador; y en 2024 ganó los XXIX Juegos Florales de Sensuntepeque en la rama de cuento con el relato «La ciudad en los ríos».
Vamos a los textos
El libro está dividido en tres: Manías, Extravíos y Pequeñas muertes.
Como cuando comprábamos un CD, siempre existen piezas que más nos ganan o atraen, o a las que más les dedicamos voluntad. En este caso comenzaré con el relato que le da título al libro.
Quizá de la mano del muy citado Gabriel García Márquez, cuando escribió que las primeras líneas de un cuento son fundamentales, señalaré que este relato tiene un inicio trepidante: «Mi madre solía llamarme imbécil. Me lo decía de vez en cuando, pero me lo decía. Se lo podía leer en la mirada antes de tomar el desayuno. O después de llegar de la escuela». Con esta fuerza y advertencia el relato transcurre, un poco cínicamente, otro poco con amor de madrastra en la que un automóvil es la tensión que marca el relato y que es resuelto con magnífica solvencia.
De la segunda sección menciono el relato «El libro robado», en el que conocemos a un hombre que necesita recuperar una publicación, la que considera un clásico de la magia y la hechicería. En una librería del Centro lo encuentra y de ahí en adelante el cuento se torna más que mágico, en un ataque y una fuga que hace que el protagonista se replantee el contenido del libro. Fabulo, lo era buscar librería de usado en nuestras capitales centroamericanas.
Y para esta reseña, el último cuento tomado del tercer apartado es «Sucedió en un bar»: donde se presenta un sitio de mala muerte en el que se trafica de todo: negocios turbios, placeres y alipuses. El relato es sobre un intercambio de plata y una tormenta que pone de uñas a todos los que permanecen en ese bodrio como sacado de una de las historias de B. Traven: ese genial y desconocido cuentista alemán.
Me alegra en sobremanera encontrar publicaciones como la de Ricardo Hernández Pereira. Yo lo había conocido hace algunos años cuando su bondad centroamericana nos ofreció hospedaje a M. Dúchez, mi gran amigo y novelista, y a mí. En esa ocasión, además de conocer a su compañera, tuve el gusto de entablar relación con Capitán, su hermoso perro al que le falta un ojo pero le sobra cariño. Sin duda, Soft Machine es un libro que representa a lo que se escribe en nuestro istmo.
Para el próximo Pulpo Zurdo comentaré la publicación de Max Jiménez, un clásico de la literatura costarricense. Él pertenece a esa estirpe de autores que hay que leer más.
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