Cuando hablamos de futbol nos referimos a una disciplina deportiva de masiva popularidad, de un fenómeno social de alto impacto. Esto quizá pase debido a que es uno de los deportes más democráticos que existe, uno de los más baratos de practicar y que por transición puede ser practicado en casi cualquier rincón del mundo puesto que a veces ni siquiera es necesario tener un balón profesional para jugarlo y hasta unas piedras pueden servir para delimitar una portería. Otro factor de su efecto masivo, es la simplicidad de sus reglas —claro que esto no determina que no tenga una cierta complejidad de estrategia conceptual, porque si la tiene— pero es evidente que es de los deportes más simples de explicar, cuya regla más compleja es la del fuera de juego, pero que comparada con algunas reglas del béisbol, cricket o futbol americano, resulta de evidente simpleza. Es, sin lugar a dudas, el deporte más popular del mundo, el juego que Valdano calificó como “lo más importante de lo menos importante”.
En un mundo como el actual, donde el sistema imperante a nivel mundial es el sistema capitalista y el cual prácticamente arrasa con todo y en ocasiones innegablemente trasciende incluso a quienes muestran resistencia, el futbol profesional es utilizado en varias coyunturas como negocio y método de enajenamiento. El absolutismo ha utilizado a este juego en varias ocasiones como un distractor cuando se llevan a cabo abusos por parte del estado. El caso del mundial de Argentina en 1978, llevado a cabo en plena dictadura militar, es uno de los más conocidos.
Esto, evidentemente, corresponde a una siniestra instrumentalización estratégica para adquisición de poder y capital. Una instrumentalización por parte de las grandes corporaciones que manejan el juego y de los estados al servicio de éstas. Para esto es necesario viciar y contaminar al deporte con aspectos que no responden en realidad a esa pureza y a esas características esenciales de un juego que, entendido como un fenómeno popular, desarrolla también diversidad de acciones solidarias, festivas y de un orden de resistencia y lucha popular.
Notoriamente, el futbol guatemalteco no escapa de lo expuesto anteriormente, pues es parte de una fiesta, una posibilidad de momentánea armonía entre diversas etnias, generaciones y clases entre la diversidad de guatemaltequidades que existen (sin caer en la uniformidad, por fortuna) y una oportunidad de mejores condiciones de vida para muchos jóvenes que tras su talento en el barrio logran encausarse en la disciplina y la entrega a una pasión. Pero nuestro futbol tampoco escapa de las problemáticas sociopolíticas que vive el país. El ejemplo más reciente es la captura del ex presidente de la Fedefut y otros ex funcionarios investigados por instituciones internacionales, por supuesta corrupción y lavado de dinero.
No es casualidad que la selección nacional haya fracasado continuamente en la historia reciente de este deporte, pues esto es efecto —e insisto— de un trasfondo económico y político de bastante complejidad. Ojo, querido lector, yo no juzgo a quienes siguen y apoyan a la selección de futbol, ya que están en toda su libertad; es más: yo soy un futbolero empedernido, aunque hace rato dejé el fanatismo y cierta afición por la azul y blanco pero confieso que me alegra cuando ganan partidos y que verla en un mundial me resultaría emocionante en demasía.
Ahora bien, en los últimos días un comentario provocador de un periodista sensacionalista ha parecido ser la excusa perfecta para que el presidente Jimmy Morales invente astutamente una polémica —utilizando la sensible fibra de «la identidad nacional»— o más bien una cortina de humo ante los evidentes problemas que sufre esta sociedad día a día y a los cuales este gobierno ha mostrado su incapacidad para siquiera encaminarse a la ejecución de soluciones estructurales. La agenda del presidente de un país como Guatemala debe pasar por el trabajo y la búsqueda de la erradicación de diversidad de flagelos, vejámenes y diversas problemáticas históricas que afectan a un país inmerso en dificultades sociales tremendamente profundas.
Esto no parece ser más que otra vil instrumentalización de este popular juego para desviar la atención de las mayorías. Parece que la lógica de Jimmy al no poder darle pan al pueblo es darle únicamente circo. Pero más allá de lo deleznable de este tipo de prácticas que se llevan a cabo constantemente en la política nacional, resulta preocupante la fácil efectividad que tienen estas para colonizar subjetividades y tocar las sensibilidades de miles de ciudadanos.
Para los que nos apasionamos con este deporte, considero que uno de los imperativos que le podemos ofrecer en estos tiempos es no servir a las artimañas de quienes corrompen todos esos aspectos radicalmente nobles que tiene este juego y al cual lo instrumentalizan para invisibilizar abusos e intereses nefastos. Es necesario, de urgencia, que esta sociedad comience a dudar de todo lo establecido, que comencemos a desarrollar el pensamiento crítico para ya no aceptar más atol con el dedo.
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