Bienvenidos a otra de mis memorias de la pandemia. Honrando más de alguna promesa, decidí terminar de una vez por todas la trilogía de Ernesto Sabato, lo cual incluye mi cuarta relectura de El túnel, mi progreso desde la página 50 de Sobre héroes y tumbas y la primera vez que abriré mi ejemplar de Abaddón el exterminador. Varias personas han contribuido a mi pequeña colección desde 2008 y quizá esa clase de memorias asintóticas son las que instigan mi progreso en una realidad tan distinta.
Sabato es la clase de autor que deliberadamente se nos exhorta a no comprender. Una lectura ignorante de El túnel la abordaría como un thriller. Una lectura aún más estúpida seguramente interpelaría la glamorización de las relaciones tóxicas y la violencia contra la mujer. Así que, si vamos a hacer esto bien, tomemos los personajes de Juan Pablo Castel y María Iribarne como lo dicta aquel infame chiste sobre los físicos.
Los protagonistas de Sabato coexisten como esferas perfectas en un vacío. No son expresiones de la naturaleza humana, sino hipótesis sobre las apetencias del deseo y la lógica con que lo maquillamos. Pero eso solo salta a la vista cuando uno se sumerge en la trilogía completa y abandona la superficialidad interpretativa que adoran los clubes de lectura y los maestros de secundaria.
Sabato es científico antes que escritor, y por eso se lee menos sentimental que un Cortázar, menos ocultista que un Borges y, por momentos, como un autor ajeno al Boom, acaso porque el realismo de Sabato es menos mágico y más hipotético. Ningún otro texto lo evidencia tan claramente como el «Informe sobre ciegos».
La tercera parte de Sobre héroes y tumbas es casi una novela en sí misma. Fernando Vidal Olmos, canalla autoproclamado, estudia obsesivamente la sociedad secreta de los ciegos, autores de un complot de orden mundial. A medida que desciende en las esferas de la comunidad invidente, Fernando desgrana las hipocresías banales y necesarias que conforman una sociedad moderna: desde la guerra de los sexos hasta la soledad honesta de la defecación.
Pocos autores saben crear un antihéroe tan cautivador como el de Sabato: un perfecto hijueputa que no se presta a los corajes de Holden Caufield ni a la parsimonia de Meursault: arquetipos predilectos del típico autor contemporáneo que se las lleva de existencialista bohemio solo porque nadie va a pagarle sus abortos creativos con un contrato de Random House.
De nuevo, el físico Sabato no trata a sus personajes como monigotes del subconsciente sino como variables de un experimento preciso. De esta forma puede desconstruir las emociones más gastadas de la literatura con lucidez cerebral. Sabato no lidia con la nebulosa subconsciente, sino con un mapa circunspecto de las rutas entre la razón y la concupiscencia.
«Informe sobre ciegos» es un mito fundacional para el universo… ¿sabatino? Comienza con el viudo Allende y se extiende a la misteriosa aversión de Alejandra Vidal Olmos y la misión surreal de Fernando. En su contexto original, los ciegos amenazan a la Argentina criolla y conservadora que es incapaz de descifrarlos.
La Historia (con mayúscula) avanza sin la claridad de los videntes, moviéndose y mintiendo al tacto. Pero la evidencia de una alegoría perfecta está en la soltura con que puede trascender su propia dimensión.
Acaso los ciegos aún rondan entre nosotros, pero esta vez son ínfimos, anaeróbicos, invisibles e irremediablemente contagiosos. Y yo tampoco sé cómo empieza esto que termina con nuestro asesinato.
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