Nayib Bukele ya era un héroe parroquiano centroamericano. Al convertir a El Salvador en otra sala del casino Bitcoin se convirtió en un santo del jet set internacional. Bukele es un populista (o eso me dicen el par de politólogos que conozco). Yo no sé qué es populismo. Si me preguntas, de populista pintan a cualquiera que arribe al poder luego de una pachanga electoral pero con ideas que no encajan en el centro ideológico. Para mí, tipos como él no son más que ese update innecesario del software que dirige las acciones de personas interesadas en vivir del poder a cambio de beneficiar a las élites compradoras.
Prometiendo libertad e independencia, los Bukeles de este mundo trabajan para esos criollos que actúan como representantes de los enjambres extranjeros dedicados a inversiones que no añaden valor (o dedicados a apostar sobre el valor de estas) y al comercio internacional (prometiendo bajos precios aunque esto decime salarios).
La gran apuesta a esta monedita se puede entender como otro espaldarazo a esas élites. Bitcoin no es la moneda que necesita un país con un ingreso por persona 50% inferior al de América Latina. Es demasiado volátil. Esto se hizo evidente cuando en medio de charangas huecas Bukele anunció que había comprado 400 de estas moneditas por más de $20 millones. 8 días después, la cartera pública salvadoreña contaba con 12% menos dinero debido a la caída del Bitcoin. Claro, en lo que va del año, el valor de esta mal llamada criptomoneda ha incrementado en más de un 62%. Esto es una buena noticia para el que vea esta herramienta como lo que es: una inversión de muy alto riesgo donde apuestas dinero que no necesitas.
La incertidumbre a la cotidianidad que mueve a la mayoría —o sea, a las personas empresarias que crean productos y servicios reales y sus clientes— requiere de monedas con mucho menos altibajos. Exponer a la economía a estas fluctuaciones no es la acción de un tipo que busca incrementar libertad e independencia. Es un experimento más con tufo de Tuskegee.
Así como los del norte llegaron a Guatemala hace setenta años a infectar a más de 1 mil 500 personas con sífilis y gonorrea para ver qué pasaba e implementar los aprendizajes de vuelta en casa, el Bitcoin es una ruleta rusa que está forzando a jugar a quienes menos la pueden costear. La tecnología detrás de esta y otras criptomonedas promete un mundo más descentralizado sin la necesidad de bancos centrales y con menos dependencia de los dólares estadounidenses. Sin duda la política monetaria requiere ser replanteada para por lo menos ser más democrática. Sin duda esta tecnología, el blockchain, es la solución a un gran problema que aún no hemos descubierto.
Y es ahí donde comienza el experimento. Quieren descubrir cuál es su uso y sus consecuencias infectando a la economía salvadoreña con ese virus en forma de moneda. Este experimento solo vendrá a exacerbar el limitado desarrollo humano de ese país.
El Bitcoin no es la solución a los problemas de las altas fluctuaciones de actividad económicas que están relacionadas al sistema capitalista. Al contrario, su uso restringirá el poder que tienen la política monetaria de crear las condiciones para que estos altibajos no maltraten a tantas personas; o por lo menos no por tanto tiempo.
Miles de personas fuera y dentro de El Salvador están apostando millones de dólares que no necesitan en experimentar con su sueño libertario de un mundo sin banca central. Los líderes atados a las élites compradoras los seguirán apoyando a pesar de que eso pudra la vida de millones de personas a las que le prometieron libertad e independencia.
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