Minería en Panamá: la protesta de los desconfiados


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalOctubre de 2023 estaba por irse y mi viaje de negocios a mi patria, Panamá, coincidió con el inicio de las protestas anti-minería. En la televisión, la juventud invitaba al resto a salir de las redes sociales para dejarle claro al mundo que somos verdes. Un susurro cerebral me recordó que el viaje no lo pagué yo, exprimiendo toda mi voluntad de prenderle fuego al contrato minero que viola veinticinco artículos de la Constitución a cambio de $350 millones al año y 7 mil plazas de trabajo. Pronto las protestas se matizaron en violencia física y todas mis reuniones presenciales se vistieron de Zoom. En la radio los periodistas culpaban a los docentes de abandonar a sus estudiantes y los jóvenes acusaban a los periodistas de vendepatrias.

Consciente de mi nulidad encadené mis pies al apartamento que había rentado, pero el repicar de las pailas me hace salir al balcón a sentir el cielo bravo que nunca se ha convertido en un extranjero para mí. Afuerita, pero en la seguridad del apartamento, fui parte del coro paileando por un mejor país. Una reunión presencial inesperada me desencadenó, pero las protestas de los docentes interrumpieron mi recorrido. Barrí la periferia de los clamores que exigen un país donde se garanticen los derechos humanos. Desde lejos admiré la libertad sin reserva que exuden los docentes en sus miradas, en ese vuelo de banderas que cualquier otro día apestaría a nacionalismo.

Aun sintiendo el peso de revolución en el aire, regresé al apartamento. Desde el escritorio, sentí el retumbar de una nube de pericos sobrevolando la avenida, uniéndose a los cantos de libertad. Las banderas de los sindicatos se unieron al vuelo y comenzaron a picarme los pies. En un video viral, la periodista de moda cumplió su función de demonizar a las personas sindicalizadas y un grupo de hombres sindicalizados ejerció violencia psicológica de género sobre ella.

Mi viaje de negocios terminó y me monté en el avión convencido de que las protestas han parido concientización social y ambiental. No lo huelo en ese momento, pero en dos semanas, dos maestros se convertirían en mártires, víctimas de las balas de un asesino molesto porque las protestas interrumpían su recorrido vehicular sobre la Interamericana.

Un mes después, la lucha que habían iniciado los ambientalistas hacía más de una década para liberar a Panamá de la minería a cielo abierto alcanzó un logro histórico. Justo el 28 de noviembre, cuando conmemoramos la Independencia de España, la Corte Suprema de Justicia le dijo no a la minería en Panamá y a la invasión de nuestros ríos, cerros y espacio aéreo por parte de una compañía canadiense.

En Panamá, el 14% confía en personas que no conoce, según Latinobarómetro 2023. En Noruega este nivel de confianza es del 72%. ¿Quién hubiese apostado que esos débiles lazos sociales lograrían tanta coherencia? La desconfianza, sin duda, fue parte de la algarada. El desamor entre muchos de los gremios empresariales y muchos de los sindicatos laborales mostró sus peores matices. Las consignas en contra de jóvenes o docentes por parte de personas que son jóvenes o docentes aún son indescifrables, pero desde la desconfianza se tejió cambio. En 2020 muchos creímos que de la pandemia de COVID-19 emergería justicia social. Panamá vuelve a tener la oportunidad de transformación permanente. No es necesario ser amiguitos para poder coordinar con personas que no conocemos y lograr objetivos comunes. A veces, mientras más débiles los lazos, más fuertes las revoluciones; siempre y cuando exista un contundente compromiso con los derechos humanos y la sostenibilidad ambiental.

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