¿Qué pasa cuando una escritora le roba a otra el borrador de su último manuscrito? ¿Es cierto que los grandes artistas copian, pero los genios roban, como lo han dicho de alguna forma u otra W. H. Davenport Adams, T. S. Eliot y Pablo Picasso, entre otros? Esa es la premisa que usó el equipo de promoción de Harper Collins Publishers para convertir la novela de Rebecca F. Kuang, Yellowface (Amarilla), en una de las más vendidas en Estados Unidos y el Reino Unido en 2023. Si esto no es suficiente para asegurar ventas, la máquina publicitaria resalta que el plagio lo comete una mujer blanca tomando ventaja de la tragedia de una mujer con padres de China. Pero detrás de la simpleza de las estrategias de promoción y del mismo texto de Kuang se esconde una dura crítica sobre la intolerable soledad que las industrias culturales han impuesto sobre sus miembros más frágiles: las criaturas que escriben.
Athena Liu es una escritora con varios libros publicados que han recibido un sinfín de críticas zalameras y con un contrato recién firmado para escribir bodrios para Netflix. June Hayward escribe, pero nadie —ni siquiera su agente— quiere leer sus textos. Athena es de Estados Unidos y tiene padres de China. June es de Texas y tiene padres de Texas. Athena y June son grandes amigas, esto a pesar de que Athena detesta a June como muchas personas en la cima de su carrera tienden a despreciar a las que fracasaron. Y, por supuesto, June detesta a Athena, con ese brío encendido por la envidia de ver a tu excompañera de la universidad triunfar mientras tú dictas clases a estudiantes de preparatoria.
Luego de una larga noche en casa de Athena celebrando sus logros, June ve a su amiga morir en un accidente altamente improbable y ridículo. Sin pensarlo dos veces, June se roba el borrador de un manuscrito en el que Athena estaba trabajando.
La primera mitad de Yellowface detalla fríamente, como un reporte universitario, el proceso de revisión y edición de una novela. La protagonista nos quiere convencer de que ese tortuoso ir y venir entre editora y escritora justifica que su nombre aparezca en la portada del libro.
Para mí, la autora nos muestra el vacío en el que este libro se gestiona. June vive sola, no tiene un objeto de afecto romántico o sexual y prefiere evitar la compañía de su madre y su hermana. Sus compañeros de trabajo, todos autores publicados con cierto nivel de fama, son unos embutidos de pedantería, crueldad, y envidia. Los agentes literarios son la especie más ruin de este mundillo, obsesionados por el retorno en la inversión de tiempo por escritor, y por asistir a eventos para codearse con personas de mejor fortuna. Solo la editora que trabaja con June parece apreciar la labor de tejer palabras, pero pronto vemos que esto es producto de la sacralización de los escritores.
Hay tanta atomización en Yellowface que uno se pregunta si este tipo de plagio es inherente en todos los libros. Ni Athena ni June son motivadas por la creatividad, la colaboración o la necesidad de tener algo que contar. Ellas son víctimas del mandato de la productividad. La meta es publicar, recibir críticas zalameras que brinden energías suficientes para seguir siendo productivas; y es una productividad que afecta el mondongo. Cuando June no puede escribir, se hunde en su cama durante días, sin comer ni bañarse, sin contacto alguno con otro ser humano. No mereces vivir si no puedes escribir. El valor de June como persona está directamente relacionado con que un agente literario crea en ella y en que sus textos venderán miles de copias.
La segunda mitad de Yellowface es muy divertida, mostrándonos todo lo que la protagonista es capaz para seguir siendo productiva. June Hayward se convirtió, por lo que he leído en redes sociales, en una de las villanas más odiadas de 2023. Para mí, ella es solo un personaje de una fantástica fábula sobre las promesas rotas de las industrias creativas.
[Ilustración de portada: Harper Collins Publishers]
Ver todas las publicaciones de Javier Stanziola en Casi literal