Confesiones a mi esposo y a mi hijo


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalNo durarán mucho. El deseo, las lamidas flechadas, los atajos verbales que llegan a risas compartidas. Debería dedicarme a arqueólogo de tu cuerpo, a recolectar fragmentos de tus olores, a excavar entre tus cabellos, a grabar tu aliento de bahía en llamas, pero dejo que me distraiga la voz del machete.

No durarán mucho. Los dientes de leche, los zapatitos marrones, los cuentos de las buenas noches. Debería dedicarme a sociólogo de tu primavera, observar tu sonrisa, medir tu pisada, escucharte entonar palabras en eñe con un arrastre gaélico, pero dejo que me distraigan las estadísticas, las hipocresías, lo que no he vivido.

Como ustedes dos saben, a veces siento que los traiciono. A los dos. Ayer, por ejemplo, mientras escuchaba a la nueva funcionaria encargada del caso del «niño adoptado por dos papás en el extranjero», me distraía pensando cómo los derechos humanos de las personas LGBT ahora se miden por el número de países que «los dejan casarse» o «los dejan adoptar».

La funcionaria enjabonada prometía que esta vez sí se resolvería el caso y yo solo escuchaba laberintos. «Sería un gran logro, sin duda», le respondí al funcionario, al otro, el nuevo al que le asignaron el caso, pero al mismo tiempo me preguntaba dónde quedaron los movimientos de diversidad sexual que denunciaban el impacto de instituciones como el matrimonio en la desigualdad de género. ¿Por qué no hablamos del pepazo por partida doble de haber nacido LGBT y pobre? ¿Dónde quedó la pregunta sobre lo militar, lo policial y su violencia, su represión, su corrupción? Hoy —me rasco el cuero cabelludo— medimos los derechos humanos de los LGBT con el número de negocios de ventas de productos exclusivos que nos patrocinan marchas en barrios de lujo. Resulta ahora que seremos más libres mientras más países nos concedan el privilegio ojeroso de tomar armas, ser parte de ese ciclo de violencia y represión. Esos son los logros de hoy.

Los abogados —los de oficinas refrigeradas, no los que tienen su despacho en la mesita en la esquina de un McDonald’s; los que huelen rico, no los que sudan porque llegaron a la Corte en taxi sin aire acondicionado… O sea, los abogados peinaditos, limpitos y blanquitillos, pues; a esos me refiero— nos están ayudando a implementar la estrategia del Profesor X de los X-Men para integrar a los LGBT al resto de la humanidad. Mimetismo silencio. Mientras menos temas abordemos y mientras más nos parezcamos al resto, enjabonados, más rápido llegaremos a la meta.

Y ustedes dos saben que entiendo y apoyo esa estrategia como quien entiende que mañana hay que ir a trabajar para poder pagar las cuentas; pero la Lupita Ferrer que llevo dentro poco a poco está siendo habitada por una poeta hablantina, sin nombre ni jabón que le lubrique la lengua: una escribiente saltarina que no soporta mi lasitud y me recita hilachas de palabras para marearme; y me dice: «Esos abogados trabajan para los privilegiados como tú que tienen marido con cabellos que hacen olas, para afortunados como tú, que pueden sentarse toda una tarde con sus hijos a entablar una guerra titoandrónica para resolver la tarea de matemáticas. Tú te puedes dar el lujo de esperar, pero ¿y los que no? ¿Qué pasa con los atosigados por los vigilantes que arman a sus feligreses para erradicar el pecado nefario de una vez por todas? Por ahí dicen que en Brasil un LGBT es asesinado cada veinticinco horas. Por ahí cuentan que entre los migrantes hondureños y salvadoreños de las caravanas que van al norte hay gays y trans que han sido violados y abusados en el camino; por ahí reportan —una de esas instituciones internacionales metiches— que a nivel mundial el 79% de los crímenes en contra de mujeres y hombres trans en la última década ocurrieron en Latinoamérica: 2,349 mujeres y hombres trans asesinados simplemente por serlo. Escupidos. Mordidos. Acuchillados. Macheteados. Quemados. Abaleados. ¿Y tú quieres matrimonio igualitario?»; y entonces le pido a la poeta que se calle, que la prefiero recitando los monólogos azucarados de Lupita Ferrer.

Nosotros tres no duraremos mucho. Somos afortunados, privilegiados. Vivimos lo que siempre imaginé que pasaba luego del capítulo final de la telenovela. Y sí, nuestros caminos pronto se convertirán en polvo. Deberíamos de sentarnos en silencio, agradecidos, a ver la lluvia caer en la bahía; pero si alguna vez parezco no prestarles atención, me disculpo. No puedo dejar de escuchar la voz de la poeta mugrosa diciéndome que hay cierto tipo de violencia que sí durará, y mucho. Mucho después que nosotros tres solo seamos aire.

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2 Respuestas a "Confesiones a mi esposo y a mi hijo"

  1. Juan dice:

    Excelente. Ese personaje de la poeta es el colectivo a voces de una sociedad que vive de lo que escucha y filtra lo que le conviene. Al final me gusta porque es algo «resilient.» Me encanta leer tus escritos siempre.
    Saludos,
    Juan

  2. Mi querido Javier, me maravilla cómo escribes lo que escribes. Me asombra la profundidad y dulzura con la que expones temas tan difíciles y tan serios. Te leo siempre, pero esta vez tus palabras me han conmovido como nunca. Te abrazo desde tan lejos que sólo mi amor te puede alcanzar.

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