Liderazgo es la palabra más manida de nuestros tiempos. Ha perdido su significado desde el momento en que se le colgó el adjetivo de «líder» a casi cualquier cosa. Desde los monopolios locales con intereses expansionistas que se dicen llamar «empresas líderes» en el mercado, pasando por los jóvenes showman que compiten por conseguir un espacio en los programas cazatalentos de la televisión extranjera hasta llegar a los mal repellados políticos centroamericanos que desde hace medio siglo se sienten amos y señores de la franquicia del cielo y la tierra.
Estas son claras muestras del desinterés que ponen los medios por revelarnos a personas cuyas ideas y trabajo esmerado puede motivarnos para algo más profundo que un eslogan, un artista enlatado e instantáneo y un improvisado gobierno corrupto; ese pobre diablismo que nos hace pensar que hoy no tenemos líderes como los de antes y nos mantiene adocenados en la cómoda apatía que llamamos “distancia crítica”. Distancia, sí; crítica, lo dudo.
Mientras que la escasa gente leída de este país se esmera en demostrar el fracaso histórico en el que vivimos, la masa se hace a la idea de que la única ruta para el éxito es competir por cierto estatus de supremacía individual. Muchos de los líderes que conozco y admiro no compiten contra nadie y trabajan por una sociedad que continuamente les da la espalda. Su campo de lucha está en rescatar a jóvenes de las maras, conseguir medicamentos gratuitos para personas con VIH, educar a nuevas generaciones u organizar festivales de arte en las regiones más invisibles y olvidadas. Muy pocas veces les dedicamos unas cuantas palabras en los medios y, por supuesto, no tienen patrocinios privados ni serán reconocidos por los políticos de turno.
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Javier, me encantó tu artículo. Lo que creo que pasa es que el abuso del término provocó la deformación de su significado: líder es quien descubre el potencial de los otros para lograr objetivos concretos y los alienta a desarrollarlos. No siempre es «a quien todos aman» y pocas veces «a quien todos obedecen», porque su trabajo no es hacerse querer, ni hacerse obedecer. Por el contrario, busca que cada persona del grupo se reconozca y quiera a sí mismo, para ser su mejor «versión» y logre obedecer unas normas éticas que estén por encima de los intereses particulares de todos. Claro que esto puede no ser muy cómodo… ni muy conveniente para intereses mezquinos.