«No todo lo que brilla es oro», fue uno de los comentarios que me hicieron en mis redes sociales cuando inevitablemente comencé a publicar fotos del México colonial y cultural que recién visité, raudales de halagos que se fueron expandiendo al contemplar en vivo una sociedad que no solo reconoce la importancia de su cultura como elemento identitario, sino que la muestra al mundo orgullosa y sin complejos. Por lo demás, no me cabe la menor duda de que no todo en la sociedad mexicana es o ha sido perfecto y tampoco paso por alto que, como en cualquier otro país latinoamericano, existe la corrupción, el arribismo, las tremendas desigualdades y las faltas de oportunidad. Sin embargo, de lo que el pueblo mexicano no carece para nada es de ese saludable sentimiento de egotismo con el que nos dicen a todos los foráneos que sus comidas, su música, sus fiestas, sus creencias, sus leyendas y su historia son una prolongación esencial de su idiosincrasia. A partir de esto es posible comprender por qué los mexicanos tienen tan arraigado ese sentimiento patriótico que los caracteriza.
Como vecinos envidiosos que somos en Guatemala, quizá nos causa zozobra e indignación ese culto ―que percibimos como excesivo e idólatra― que los mismos mexicanos profesan hacia a la «mexicanidad». Lo cierto es que, aunque no todas sus pautas culturales sean de nuestro agrado ―y que conste que en realidad somos mucho más parecidos a ellos de lo que nos imaginamos―, nuestro mecanismo de defensa más simplista e infantil es el de escudarnos en opiniones xenofóbicas cual amantes despechadas e incapaces de reconocer en el otro la grandiosidad que a nosotros mismos nos hace tanta falta.
Con esto no digo que la cultura guatemalteca sea despreciable o que carezca de méritos para ser laureada y reconocida mundialmente. Por el contrario, somos herederos de una riqueza histórica y cultural sinigual que se ha desarrollado en medio de un contexto físico variado y diverso —verdaderamente envidiable— y que, a pesar de la estrechez de nuestras miras, no deja de maravillar al extranjero. Pero entonces uno termina preguntándose qué es esto que tanto nos minimiza ante los ojos del mundo e, incluso, ante los ojos de nosotros mismos. Talvez nuestro peor defecto sea esa actitud de enanismo y falsa modestia que se nos ha inculcado desde la cuna de nuestra historia. Posiblemente —y en especial quienes pertenecemos a la cultura ladina— en el fondo pensamos que no nos merecemos muchos y nos conformamos con lo poco que una sociedad casi muerta puede ofrecernos. Mientras los mexicanos tratan de enseñarnos la magia de sus pueblos, la majestuosidad de sus maravillas naturales, la riqueza de su cultura popular, nosotros llevamos a nuestros turistas a shoppings por centros comerciales ―como si Guatemala fuera una meca de las compras―. Claro que siempre tenemos las postales que han pasado en convertirse en lugares comunes: el Gran Jaguar, la foto de Atitlán desde Panajachel y la del Volcán de Agua desde el arco de Santa Catalina, pero eso no ha dejado de ser más que un pintoresquismo que nos aliena de la realidad. Que los otros países también tienen sus postales simbólicas, pues no lo niego, pero el mexicano, a diferencia del chapín, tienen la habilidad de volver grandes hasta los más pequeños detalles. Los guatemaltecos, en cambio, nos conformamos con la generalidad y, desde ella, somos incapaces de describirnos, de contar nuestra historia, de recrearnos.
No puedo evitar la comparación, y no porque sienta algún tipo de odio por el terruño en el que nací, lo aclaro. Quizá sea porque todavía me causa admiración cómo dos pueblos tan parecidos histórica y culturalmente puedan tener espíritus tan disímiles. Mientras veo un México que, a pesar de sus ruinas y miserias cotidianas, se reinventa constantemente, brilla y palpita con intensidad, y produce y exhibe imaginarios, a Guatemala la veo como una moribunda que agoniza olvidada en una casa de leprosos. Su cáncer la va corroyendo día a día y la va dejando débil. Parecemos un país condenado a oxidarnos y nuestras instituciones culturales desaparecen o son cooptadas por bandas de delincuentes montaraces que parasitan de ellas. En Guatemala todo se piensa en pequeño: la literatura, el teatro, la música, el arte popular, las artes formales, el cine. No es que no tengamos esa capacidad de recrearnos, no es que carezcamos de sensibilidad o que no tengamos nada qué decir, sino que, junto con los despojos institucionales y la apatía generalizada de la mentalidad burguesa, hemos heredado ese sentimiento de impotencia que nos hace vernos provincianamente enanos, perdidos en nuestra propia indolencia.
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Hola Leo, en Europa, antes de salir la primera vez de mi patria hacia Italia, Alemania, Francia y España, «conocia» a Brazil que se autopromocionaba con el futbol y su café y Mexico, caleidoscopio de revolucion , color y musica. De Guatemala me enteré despues por una miel deliciosa a la venta en un super, por unos dinteles de zapotillo del Templo IV en Basel y un premio que ganó Dagoberto Vazquez, artista en Lugano. (De Insubria a Guatemala Vol I y II ). Visité Mexico y Centroamerica y me quede en Guatemala porque para mi era lo mejor de Centroamerica y tenia casi todo lo de Mexico en menos espacio. En Mexico me tocó el corazon un esplendoroso museo .y filas interminables de niños y maestras pulcros y ordenados del interior visitandolo. Luego el remozamiento decidido en ruinas y el que iniciaba en poblados e ciudades manteniendo patriotismo latente pero sacrificando sin demagogia absurdas e inseguras banquetas e intransitables pavimentos de calles para un turismo decente. Recuerdo en la Antigua las caras de entusiasmo al alcanzar los pañales para caballos, pañales que ni en frente a Buckingam Palace nunca fueron necesarios. Ese dia por cierto , por culpa de una banqueta desmesurada se habia quebrado un tobillo un general jubilado, fisurado una cadera una conotada abuelita Panzaverde y herido en la frente contra una reja salida un Fullbright de Texas. Hoy en otro mi libro confieso que por eso y otros detalles Mexico fue para mi siempre la amante secreta. Que quiero a Guatemala ? Siempre si no, no estaria aqui, Que me hace sufrir? Siempre y a veces por cosas que quisas solo yo sufro. Tu mencionas postales verdad, bueno yo despotricom porque ya ni correo hay en Guatemala pero, millones de enamorados de su pais.
Gracias por tu comentario, Tito Bassi. Sin duda Guatemala tiene cosas grandes y maravillosas. Nuestro problema está en no saber valorarlas y, lo peor, en usurparlas. Somos un país que se ha ido desangrando.