Un grupo de hombres se sienta en una sala frente a una pared vacía, de espaldas a la salida. Una luz atraviesa el domo, esquivando sus hombros y estrellándose en silencio contra la gran pantalla. Ante sus ojos, el mundo reconstruye sus reflejos y sus sombras. ¿En dónde estamos? ¿En una sala de cine? ¿O en la caverna de Platón? Ambos espacios, separados por más de dos milenios, marcan en la mentalidad colectiva el paradigma y el inicio de dos formas de pensar y ver el mundo. De una similaridad anacrónica y misteriosa, caverna y cine son dos lugares en donde nada es lo que parece, en donde el mundo se reconstruye para formar una nueva realidad cercana pero distante.
Los espectadores de un cine, a diferencia de los maniatados prisioneros de la alegoría, conocen el mundo exterior. Unas horas de encierro voluntario y la ilusión que la película había creado caerá como encanto a medianoche, con las palabras mágicas que componen los créditos finales. La diferencia entre arte y engaño, podemos decirlo, es el recuerdo de una verdad externa a la mentira.
El ser humano, ente racional muy a pesar de sí mismo, disfruta del descanso que significa la ilusión momentánea. Hacia el final del siglo XX una serie de películas, síntomas del zeitgeist de la era digital, ilustraron lo que Descartes exploraba siglos antes en sus Meditaciones metafísicas: la duda metódica de nuestros sentidos, de la veracidad de nuestro mundo y nuestra existencia. The Matrix, Dark City, The Thirteenth Floor; cada una a su manera, estas historias se hacen una pregunta: ¿y si la realidad no fuera la que vemos? La idea es, además de una elegante reflexión sobre el cine en sí, un reflejo de la psique humana: la pregunta se plantea con voz temerosa e incrédula y el culpable tras el embuste es siempre un «genio malvado», como en el ejercicio cartesiano. Su conclusión: tememos la ilusión porque desconocemos su existencia.
eXistenZ, una película de David Cronenberg estrenada por la misma época, aborda la cuestión desde otra perspectiva. Allegra Geller (Jennifer Jason Leigh) ha diseñado un videojuego de realidad virtual de una complejidad sin precedentes. Víctima de un ataque de extremistas «realistas», Allegra escapa con su guardaespaldas (Jude Law), no sin sospechar que el videojuego ha sido dañado en el ataque. Para probarlo deberán sumergirse en una realidad que, aunque peligrosa en ocasiones, se revela un perfecto y adictivo escape de la realidad cotidiana. ¿Qué mejor metáfora para el cine, arte del engaño por excelencia? eXistenZ nos plantea la diferencia entre una Matrix, una caverna de Platón —red de mentiras que nos sirve de prisión— y un film, un mundo inventado al que entramos por placer para escapar de la vida durante una o dos horas. Una ilusión es arte, nos dice Cronenberg, desde el momento en que sepamos escaparle.
La ilusión cinematográfica, sin embargo, no sería completamente satisfactoria sin una mínima distancia. Teóricamente, nunca olvidamos que estamos sentados en una sala junto a otros espectadores, testigos de la invención de un guionista y un director. Pero mientras más se ancla el cine en la cultura, mientras más nos acostumbramos al lenguaje fílmico y a su puntuación con cortes y dissolves, mayor se vuelve el poder que las películas tienen sobre nosotros. Ya no vemos imágenes en una pantalla: vemos personajes y lugares que, en un idioma para nosotros ya invisible, cobran vida y, valga la redundancia, viven aventuras frente a nuestras miradas. Cabe preguntarse si los Messieurs Lumière, padres fundadores de este pilar de la era moderna, habrían comprendido la gramática de cualquiera de los estrenos que vemos hoy en nuestras multisalas. Los primeros hombres en usar un alfabeto, cuando el lenguaje escrito aún estaba en su cuna, ¿entenderían el concepto de una coma, de un signo de interrogación? Es difícil saberlo. Lo cierto es que cuando el cine dejó su lecho de infancia y comenzó a dar sus primeros pasos, al abandonar su carácter exclusivamente documental y representativo, tomó la sabia decisión de crear un universo paralelo al cual podríamos exiliarnos sin nunca llegar a perdernos.
Expliquémonos: sin importar el grado de realismo y verosimilitud deseado, las películas siempre han vivido en un mundo que se rige por normas distintas a las nuestras. Los casos más evidentes se ven en el cine de género: westerns, musicales, films noir… Nunca hubo una demanda tan alta de detectives privados que justificara la existencia de un Philip Marlowe, ni un oeste tan salvaje en el que encajaran personajes como Clint Eastwood y John Wayne. Las emociones intensas no nos lanzan en vehemente danzas y cantos, ni nos suelen inspirar palabras épicas en el momento justo que precede una batalla. A pesar de todo esto, estas aventuras siguen siendo, a nuestros ojos, creíbles en el mundo en el que ocurren. Hasta en películas alabadas por su extremo realismo, como Ladri di biciclette, vemos momentos que existen solo en el universo cinematográfico. Pensemos en momentos como la secuencia final, en la que a través de close-ups de Lamberto Maggiorani el director Vittorio de Sica logra comunicar la difícil decisión que toma el personaje. La profunda emoción que traduce, sin embargo, no es más que una traducción. Nadie, por románticos que nos pongamos, logra sostener miradas tan desgarradoras. La intensidad pasa, breve; dialogamos la mayoría de veces sin transmitir, en el fondo de nuestro tono, la más íntima de nuestras intenciones. Así, para decepción bovariana de algunos, el mundo de celuloide nunca será una fiel copia de nuestra realidad.
El cine —constante aparato de falacias, tentadora ilusión de un mundo inalcanzable— guarda no obstante, las llaves de nuestro encierro. Recordemos que al crear esta mitología fílmica en donde las epopeyas abundan y los héroes siempre tienen un villano que los rete, logramos una necesitada catarsis, un reconocimiento de lo que somos, una reconciliación entre imagen y espejo, una huida de la verdad y una liberación de la mentira. Mentir, pero mentir por arte, se vuelve lo que diferencia la caverna de Platón de la sala de cine.
†
Reblogueó esto en In a Lonely Placey comentado:
¿Cuándo es arte la mentira? Un pequeño ensayo sobre cine, filosofía e ilusión.
«La caverna del plató», columna quincenal dedicada al cine en la revista (Casi) literal.