Al parecer los pueblos de la América hispana y más subdesarrollada van apostándole cada vez más a gobernantes jóvenes, bajo el argumento de que la tan codiciada pero también efímera juventud viene aparejada a ideas novedosas que colocan a una nación a la vanguardia. Se respira en el ambiente las voces de muchedumbres que, en un afán de crear referentes e ideales dignos de seguir, proclaman a los nuevos mecenas millennial como los iluminados y salvadores del pueblo. Con su voto, los ciudadanos también depositan en ellos toda la confianza de un futuro prometedor, tal como si su ascenso al poder hubiera estado predeterminado por una especie de sino del que es imposible escapar.
Es en este ambiente de pintoresco y de ingenuo fervor popular que surge el fenómeno Nayib Bukele, el presidente de El Salvador que viene a encantar con su carisma de estrella de rock and roll o de deportista pop a un pueblo conformado en su mayoría por una población joven, sin mayores referentes históricos y con más deseos de circo que de hacer una propuesta seria de proyecto nacional.
No debe extrañar que un líder que utiliza la tecnología para jugar a ser presidente, que despide a los desleales con un solo tuit y que habla de los jefes de Estado de las otras naciones como si fuera una especie de certamen de belleza a lo Míster Universo tenga el punteo más alto de popularidad entre todos sus vasallos, en su mayoría jóvenes deslumbrados ante tales actitudes de rebeldía de esta versión moderna y con final rosa de James Dean.
Entonces retumban voces proféticas de esas horribles y monstruosas creaciones que lo alaban, que lo veneran, que le rinden culto y lo nombran el rey millennial sin siquiera caer en cuenta de que ese constructo ―el de millennial― no es más que otra imposición neocolonialista a la que tan fácil estamos dispuestos a ceder para sentirnos ciudadanos de primer mundo.
Por lo demás, en más de una ocasión me he detenido a escuchar los discursos del presidente millennial y, quitándoles todo ese andamiaje publicitario y esa imagen de derechairo sexapil, no veo alguna idea novedosa. Ofrece lo que todos ofrecen: resolver los problemas más visibles, los de maquillaje, sin profundizar en las causas estructurales que los han producido. Como suele ocurrir con muchos millennials educados en universidades de corte neoliberal, parecen desconocer muchos aspectos de la realidad de sus países y sus propuestas terminan cayendo en lugares comunes, como el de eliminar las maras y castigar la delincuencia con las peores penas.
Más preocupante me parece —aunque para nada me extraña— que entre todo ese envoltorio de modernidad en que Bukele se ha vendido prevalezcan las mismas ideas conservadoras relativas a temas como el aborto o el matrimonio igualitario. En casos como estos, su postura está demasiado lejos de la liberalidad que quiere reflejar, lo que me lleva a pensar la vieja artimaña de las oligarquías de nuestra región centroamericana: vender un títere como solo ellos lo saben hacer, con todos los brillos y aditamentos que le den un aire «juvenil», «vanguardista» «casual» y hasta «deportista», si se quiere, pero que en el fondo, reproduce los mismos valores conservadores que han tenido cimentada nuestras naciones en el peor de los atrasos.
Por favor, que alguien le diga ya a Bukele que despierte de la resaca tras ganar las elecciones y que se ponga a gobernar en serio.
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