¿Crónica de un fraude anunciado? La revancha de Edmundo González Urrutia


Leo De Soulas_ Casi literalEscucho a Dionisio Gutiérrez escupir sapos y culebras contra el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, y pienso qué tanta hipocresía adoctrinadora puede salir de su boca en nombre de un liberalismo que, a la larga, le ha hecho más daño a los países hispánicos que el supuesto socialismo que no ha florecido en nuestro tercermundismo por razones históricas que de todos son sabidas (aunque minimizadas por los ideólogos de turno y secundada por los medios tradicionales de comunicación).

Con esto no quiero decir que el gobierno de Maduro sea perfecto. De hecho, desde mi punto de vista particular y desde mi gusto, ya son demasiados años en el poder; y esto, aunque sea a gusto del pueblo venezolano o por triquiñuelas del mismo régimen, sólo puede traer atraso. Con esto espero dar por sentado que mi posición no es exactamente de apoyo enceguecido al gobierno de Nicolás Maduro, porque, obviamente, no creo que ese gobierno sea un ángel guardián de la democracia en su pueblo; y desde mi punto de vista, debería haber dejado el poder ―si no por ética, por lo menos por dignidad― desde hace mucho tiempo.

No obstante, si hablamos de demonios en política, no creo que la oposición en Venezuela ofrezca algo mejor; y sin duda, muchos venezolanos han de pensar de acuerdo con el viejo adagio popular: que prefieren diablo conocido que diablos por venir.

Hace unos años pensaba en Juan Guaidó como una especie de mascota sumisa que se movía de acuerdo con los hilos del imperio; y, en efecto, resultó siendo un personaje grotesco cuya influencia política rayó en lo ridículo al quedarse en completa soledad. El perfecto idiota funcional.

Sin embargo, Edmundo González Urrutia me parece un ser tan oscuro, con un pasado criminal tan retorcido, que si se piensa en los aliados políticos del régimen chavista como una banda de delincuentes, a los aliados de la oposición es posible equipararlos a una terrible organización terrorista ávida por apoderarse de los recursos naturales ―llámese petróleo― del pueblo venezolano: grupo tan terrorista como Hamas o como el régimen talibán, con la diferencia, claro está, de que tienen el permiso de las grandes potencias capitalistas para actuar de manera tan mezquina en contra de los intereses del mismo pueblo venezolano.

Para quien tiene a su favor las supuestas «instituciones democráticas» que ellos mismos han creado es fácil ver como los «malos» a quienes se opongan a la rapiña hambrienta de los tentáculos del imperialismo capitalista. Así, la telenovela queda armada: ni la misma Radio Caracas, en sus años de gloria, podría haber producido un guion tan emocionante como la de las naciones poderosas de septentrión.

Ahora, las naciones del orbe civilizado se rasgan las vestiduras gritando «¡Fraude!», pero nunca las oí gritar el fraude cuando intervenían militarmente en otros países más débiles y con claras intenciones colonialistas. Parece que la máquina de entretenimiento que han creado los medios de comunicación borró cualquier resabio de conciencia histórica que podría quedar en la población. El asunto es que es muy fácil gritar fraude desde una cómoda palestra política, pero ¿podrán comprobarlo?

Si su argumento se basa en las protestas de grupos numerosos de oposición en las calles de Caracas, pues es como si tuvieran nada porque de todos es conocida la eterna queja fraudulenta que cualquier oposición hace después de un proceso electoral, en donde no se puede servir a dios ni al diablo al mismo tiempo. La pregunta sería cómo demostrarán el fraude objetivamente; aunque claro: inventarse cualquier patraña no sería para nada difícil para estos grupos que actúan sin ningún tipo de escrúpulos.

Ahora bien, la pregunta sería por qué el imperio, teniendo todo el poder que tiene, no ha podido actuar contra la supuesta dictadura venezolana; ¡y tan fácil que se le hace desbaratar cualquier gobierno de sus países aliados cuando estos apenas muestran unos síntomas progresistas! ¿O será que algo se traen entre manos?

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