Los dominios de Pakal (III)


LeoSon las tres de la mañana y bajo a la puerta de la posada a esperar el bus que me llevará a mi siguiente destino. La calle solitaria de San Cristóbal duerme aletargada envuelta en un haz de niebla. Ni un alma camina por las calles, aunque cada cierto tiempo pasan carros con las luces encendidas. Por lo demás, a esas horas, mejor que nunca, se respira el aire de provincia en la ajetreada ciudad turística. El microbús turístico llega a recogerme con una hora de retraso. Sin embargo, todavía no pareciera que la ciudad dispusiera a despertarse. La misma soledad, el mismo silencio se respira a lo largo de las calles coloniales que me despiden esta madrugada del 24 de diciembre.

En pocos minutos, el microbús ya circula por la carretera, fuera de la ciudad a una velocidad intrépida que me lleva a agarrarme con firmeza para evitar el zangoloteo. En un desvío toma dirección hacia el norte por una carretera que, aunque se mantiene en buen estado, debe detenerse a cada rato para hacer la maniobra de pasar sobre los túmulos. Las carreteras de México no suelen tener estos obstáculos, sin embargo, más tarde me entero de que estamos en zona zapatista y esta región es la única que se ha ganado el derecho en toda la república vecina de tenerlos. La mayoría de los pasajeros en el bus duermen mientras que yo voy tratando de apreciar lo poco que se puede ver en la oscuridad del camino y en la mente voy repasando el mapa de Mesoamérica, calculando los lugares de Guatemala que quedan en las coordenadas por las que avanzo.

Tal y como ocurre en Guatemala, los pueblos de Chiapas son madrugadores. Al llegar a una población ya se pueden ver luces encendidas y personas caminando a orillas de la carretera para dirigirse a sus labores agrícolas.

Eran aproximadamente las cinco de la mañana cuando llegamos a Ocosingo, o quizá las cinco y media. Ahora que trato de recordar el trayecto soy incapaz de explicarme cómo la mayoría del recorrido se hizo en medio de la oscuridad. Según lo poco que había leído de aquella pequeña ciudad sabía que había sido uno de los principales bastiones del movimiento zapatista, a pesar de que un taxista me había explicado en Tuxtla Gutiérrez que este movimiento revolucionario había sido un show tramado por el mismo gobierno de Salinas de Gortari en enero de 1994. Vaya a saberse cuál es la verdad de todo el asunto. Lo cierto es que, en aquellas horas, Ocosingo todavía dormía y mi estancia en el lugar apenas fue la del tiempo que se llevó hacer una parada técnica en una gasolinera, tiempo que aproveché para ir al baño.

El alba comenzó a despuntar cuando ya estábamos en plena selva chiapaneca. Atrás se había quedado el frío de la montaña y conforme se formaban los celajes color malva en el cielo la jungla comenzaba a mostrar sus formas caprichosas.

Eran aproximadamente las ocho cuando llegamos a la entrada del sitio arqueológico de Palenque. Había que estar muy temprano no solo por las restricciones sanitarias de la pandemia, sino porque había manifestaciones organizadas por un sindicato de trabajadores del sitio arqueológico, quienes protestaban porque se quería subir la cuota de entrada al lugar. Tocó esperar, pero la espera bien valía la pena.

Eran aproximadamente las diez de la mañana cuando conseguimos entrar. No cabe duda, Palenque era una ciudad maravillosa, aunque luego de haber visitado otros sitios arqueológicos mayores, como Tikal o Chichén Itzá, la admiración se minimizaba un poco. Con todo y eso, estos sitios arqueológicos siempre fueron dignos de mi respeto y han conseguido dejarme con la boca abierta.

De pronto uno se encuentra plantado frente a la plaza principal, desde donde se admira el majestuoso Templo de las Inscripciones, en cuyo seno descansa eterna la tumba del gran Pakal, gobernante principal asociado a esta ciudad y mundialmente famoso por su lápida mortuoria en la que se le representa descendiendo al inframundo y cuya posición ha despertado la imaginación del público para generar las teorías más absurdas acerca de la civilización maya.

Vecino a este monumento funerario se puede apreciar el templo XIII, que contiene los restos de la famosa Reina Roja. Según algunos foráneos, esta es la madre de Pakal, pero otros aseguran que se trata de la esposa. Sea cual sea, la construcción de una pirámide de tales dimensiones demuestra la importancia de esta mujer en la vida de Pakal y en la vida social.

Lo más característico dentro del yacimiento arqueológico es, sin duda alguna, el conjunto donde se encuentra la torre del observatorio, que se asienta sobre una plataforma de dimensiones espectaculares. Por la crisis de salud no es posible ascender por entre sus laberínticos pasillos, pero eso no impide dejar boquiabierto al visitante con solo poder contemplarla.

Otras estructuras como el Acueducto, la Pirámide del Conde o el Juego de Pelota también son dignas de interés contemplativo, así como los enormes ceibos que se integran a la ciudad de una forma orgánica, testigos de centurias de historia que los humanos no han terminado de desentrañar.

La jungla alrededor de Palenque también ofrece otros paraísos naturales. La catarata Misol-Ha es una altísima caída de agua que se puede bordear hasta quedar por detrás de ella. La brisa es capaz de dejar empapado al visitante, pero también es una excelente oportunidad para detenerse a descansar en sus formaciones rocosas, cerrar los ojos y dejarse mecer por la furia del agua cayendo hasta experimentar que el cuerpo flota como si fuese una minúscula gota. Vale la pena también ingresar a la gruta de los murciélagos siempre y cuando se lleve el calzado adecuado ya que aguas subterráneas circulan entre sus vericuetos. El espectáculo de ver aquellos racimos de quirópteros durmiendo la siesta a una distancia tan cercana al observador puede enchinar la piel.

Otro de los impresionantes lugares naturales del lugar es el parque de Agua Azul, un complejo de anchas cataratas que van descendiendo de manera natural y en su paso forman impresionantes pozas que hacen del lugar algo muy cercano al Edén bíblico.

Mientras la mayoría de los visitantes emprendió el regreso a San Cristóbal a eso de las cuatro de la tarde yo me quedé a pernoctar en el poblado de Palenque. Esta es una pequeña localidad con un centro bastante activo. Sin embargo, esa Nochebuena de 2020 estaba condenada a sucumbir entre torrenciales lluvias. Apenas pude salir a comer a un restaurante. La medianoche me llegó buscando mi hospedaje de regreso luego de salir a cenar a un restaurante marinero bajo la ira de aquella lluvia implacable. Llegué a mi descanso pasada medianoche y lo único que hice fue tirarme a la cama para tratar de dormir dos o tres horas antes de que me llegara a recoger el vehículo que me conduciría a la selva lacandona.

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