El mandamiento, la conciencia, la señalización, el impulso de posesión, la prohibición; pero, sobre todo, la propiedad privada. Acumularás chunches y más chunches para un día contratar a una persona que vigile tu sueño, o más bien, el sueño de tus preciados bienes. Comprarás o alquilarás una bodega con respiraderos para meter todo: cajas y más cajas llenas de cosas y más cosas. Pronto vendrá la hora de reflexionar, entonces te sentirás casi vacío en la medida en que crece la bodega y le llamarás «casa» para sentir un aire de espiritualidad o de estabilidad inmediata.
La casa tendrá perro, libros y objetos comprados en los viajes que has hecho con ilusión y esfuerzo. Un día tendrás pesadillas, imaginando que alguien roba tus sueños, que alguien entra a tu casa y se lleva todas tus cosas. Y volverás a llamarle bodega a tu casa después de no reflexionar en nada y después de sentir que faltan cosas por adquirir y objetos que poseer, que falta seguir con paso acelerado.
Entonces revisarás la gaveta de las medias. ¿Cuántas medias sin usar? Algunas acumuladas desde hace años con el olor que queda después de una lavada mediocre con poco jabón: mitad limpieza, mitad sudor. Y decidirás botar la mitad de las medias, ni siquiera regalarlas, solo desaparecerlas. Así llegará alguien sin techo y tendrá diez pares de medias que no tenía y en su lugar, en su pequeño rincón, las guardará. Compartirá esas medias con el resto de los indigentes y nadie notará nada en la ciudad.
Mientras tanto, miles de objetos guardados sin ser usados, tocados ni apreciados estarán guardando polvo y ácaros. Un día de tantos estarás dormida y sentirás cómo la luz despierta los dedos gordos de tus pies. Te levantarás de tu cama, bajarás las escaleras y verás las puertas que dan al pequeño jardín abiertas de par en par. ¡Te han robado! Los vecinos del condominio, entre morbo y curiosidad, te preguntarán: «Mirá, ¿qué te han robado?» Y por dentro te darán muchas ganas de golpearlos.
Te habrán robado la cartera y su contenido: tarjetas, documento de identidad, tus pequeñas oraciones de algunos santos que nunca conociste. Te habrán robado los anteojos de ver, los anteojos de sol, el espejito, la libreta de apuntes, un pequeño regalo envuelto para la amiga que verías la semana siguiente. Pero al menos sabrías que no subieron a la segunda planta, que no le hicieron daño a tu hijo, ni a tu esposo, que ambos durmieron tranquilos.
Descubrirías que tus ediciones ilustradas siguen en el librero, que tus ángeles guatemaltecos de piel oscura y de un solo pie siguen ahí. Descubrirías que varios extraños estuvieron merodeando tu casa, pero que ninguno de ellos te apuntó con una pistola en la cabeza. Seguirías allí, en esa misma casa. Con cierto miedo las primeras noches, pero con mayor tranquilidad conforme pasan los días. A sabiendas de que no existe un por qué preocuparse, porque no hay cajas fuertes, ni brillantes, ni cuadros de Botero. Sabrás que todos tus pequeños objetos de madera están a salvo. Incluso tus mejores medias. Las que aprendiste a lavar mejor, con suficiente jabón para que no huelan nunca más a sudor.
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¿Quién es Elizabeth Jiménez Núñez?