Regálame la silla donde te esperé.
Sanz
Quiero pensar que todavía no soy el único que sin falta mira al cielo todas las noches para ver qué forma tiene la luna.
Algo hay de romántico y decadente en hacer lo que más nos apasiona, de la misma forma en que algo hay de poético e insensato en enamorarse (o en creer enamorarse). El sentido de nuestra vida está en todas esas cosas que hacemos sin entender realmente por qué o para qué; como aprender un idioma extraño que no nos servirá para nada, viajar lejos y traer souvenirs magnéticos para el refrigerador que no tenemos o escribir una carta de amor que nunca enviaremos. La vida está llena de ese tipo de acciones, y en cierto modo todas corresponden a un inexplicable acto de fe.
Así como los que se dedican a escribir sin saber cuántas personas los leerán, o los que se dedican a editar y publicar a otros desde el anonimato, o los que se dedican a hacer que las ideas ajenas lleguen cada vez más lejos, o los que empiezan a leer un texto sin saber si al final lo consagrarán o lo condenarán…
O talvez así como transcurre la existencia —aún— de (Casi) literal, cuatro años después.
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Sé que hay quienes, bien molidos y mal andantes, sueñan con la luna hasta que el dolor y la culpa se lo llevan todo: a la luna y a los sueños, y si bien les ha sido anunciado que fracasarán, ellos siempre habían creído, como todos los ilusionados, que las suyas eran ilusiones distintas que, bien cuidadas, saldrían victoriosas, harían lo que antes nunca se hizo. Pero no; las ilusiones son, como todo lo demás, una traición, y la única lealtad auténtica es aquella que resiste, no cuando se presiente la derrota, sino cuando esta ya ha sucedido, y no por otra causa sino por el insensato y egoísta resguardo de un imposible. Seguir desempolvando una ilusión que mató el amor es algo que reúne el vicio, el crimen y la soledad. Aquello que sabíamos pero nos negábamos a creer. Esto con lo que ahora convivimos.
Interesante reflexión. Gracias por comentar. Saludos cordiales.