La filosofía futbolística —si acaso existe— tiene dos aristas. Está la bañada de euforia y típicamente acompañada por un resultado favorable, esa que nos invita a pensar que el futbol no es solo un juego sino además una religión, una forma de vida que como ninguna otra cosa une a la gente que vive en un mismo territorio.
Pero claro, está también la pesimista y que viene acompañada de resultados muy por debajo del nivel que uno sabe que su equipo posee. Es interesante también esta arista porque el fanático —de por sí un ser increíblemente voluble— tiende a entrar en existencialismos cuando se enfrenta con resultados que no solo no puede entender, sino que tampoco puede influenciar.
Hoy escribo esto desde el high de la primera de estas aristas, y sin embargo no es posible olvidar lo que se siente estar del otro lado, especialmente para alguien que nació en un país cuya selección nunca ha participado en un Mundial de futbol, pero que ha estado lo suficientemente cerca como para entender que el casi-casi duele muchísimo, cada vez más que el nunca.
«¿Por qué es tan importante el futbol?», se preguntan los no creyentes así como también los que no son católicos se han de preguntar qué tanto ven en Jesús los creyentes; o así como se preguntarán, quienes no ven televisión, por qué Juego de tronos es el tema de conversación de todos los lunes. La respuesta que intentaré darles es —les juro— totalmente satisfactoria y, la vez, la tontería más grande del mundo, dependiendo cómo lo vean: el futbol es importante simplemente porque lo es y punto. No hay más que eso. Lo es porque en algún momento se volvió el motivo común que compartes no solo con la gente que quieres, sino con la que no quieres, con la que no conoces y con la que ni te interesa conocer. Lo es porque yo —y probablemente ustedes también— he crecido en un contexto donde aprendes los nombres Pelé y Maradona casi tan temprano como aprendes la religión que nuestros países ondean como bandera.
«Hay cosas más importantes que el futbol», dirán algunos. Y desde luego que las hay, pero la política divide de forma peligrosa y la religión es un tema que no se toca con cualquiera, mientras que el futbol… De eso se puede hablar con quien sea porque, coincidamos o no con el favoritismo hacia un mismo equipo, lo cierto es que todos podemos estar de acuerdo en la importancia del futbol para borrar, aunque sea momentáneamente, algunas realidades.
El futbol es vida, y a veces nos da tres goles a favor y una alegría inesperada y otras nos da un empate después de fallar tantas veces frente al arco como si el mismo fuera del tamaño de una barra de chocolate. El futbol siempre nos da algo; siempre, sin falta, nos hace sentir. Y en eso, como en pocas cosas, casi todos podemos encontrar un punto medio.
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¿Quién es Lissete E. Lanuza Sáenz?