Si cada uno de nosotros contara una historia para hacerla inmortal, ¿cuál elegiríamos? Seguro sería la propia, por cuestiones de ombligos y burbujas. ¿Es así?
Hoy les quiero contar una. Cuando tenía 24 años se me cayó el mundo a pedazos por primera vez, pero eso se los cuento otro día. Lo recuerdo porque me quiero referir a la historia de un chico de 24 años que en 1995, un año antes de que se firmaran los Acuerdos de Paz en Guatemala, fue secuestrado, torturado y asesinado. Su cuerpo fue reconocido porque portaba su cédula de vecindad y por una cicatriz en la pierna. Sus padres conservan esa cédula como un tesoro.
Alexánder Yovany Gómez Virula trabajaba en una maquila y decidió estar en el sindicato, en donde llegó a ser secretario de finanzas. Su compañero Byron Morales escribió esto un día después de que apareciera el cadáver de Yovany: «Fue asesinado a golpes, después de estar retenido por saber quién y en qué lugar, durante dos días. Una muerte dolorosa, cruel, injusta, salvaje. La promesa de su juventud fue tirada a lo hondo de un barranco, con sus pocos quetzales en la bolsa, su reloj y sus documentos de identificación».
Tener 24 años, trabajar en una maquila y estar sindicalizado era una condena per sé. Todo eso no era ni es delito, pero sí encajaba en un perfil de «enemigo interno» que ahora los militares retirados dicen que no existió nunca, pero claro que existió, como existieron la represión y el terrorismo de Estado, y no solo en Guatemala sino en la mayor parte de Latinoamérica. Solo que acá, como en otros lugares, las sociedades son desmemoriadas y quieren construir progreso y cultura sin historia ni justicia.
Antes de su muerte, Yovany llevaba un año de haber entablado con su sindicato una demanda en la que exigían el pago de salarios y otros beneficios económicos contra la maquila coreana que cerró sus operaciones y despidió a setenta trabajadores. Quizá yo haría lo mismo si me dejaran en el limbo, sin certeza económica y en las condiciones jodidas en las que seguro se encontraba Yovany, como infinidad de centroamericanos se encuentran en la actualidad.
El cuerpo de Yovany fue encontrado el 19 de marzo de 1995 en un barranco de la zona 18 de la ciudad de Guatemala y con la cabeza sumergida en un río de aguas negras. No fue encontrada la lista de los miembros del sindicato que iban a participar en una protesta en las afueras de la Embajada de Corea, que tenía Yovany el día que desaparició.
La desaparición, tortura y posterior asesinato de este joven no se debió a delincuencia común sino más bien apunta a que fue por su actividad sindical y participación en el conflicto laboral con los propietarios de la empresa. «En algo andaba», dirán algunos, y sí, andaba defendiendo derechos, esos que tan comúnmente son pisoteados al extremo sin medida y generalmente por élites privilegiadas y gobiernos que no investigan y que generalmente operan este tipo de crímenes.
Desde mayo de 2017, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) solicitó en reiteradas oportunidades al Estado de Guatemala, representado por la Comisión Presidencial Coordinadora de la Política del Ejecutivo de Derechos Humanos (COPREDE), informar sobre el cumplimiento de las recomendaciones emitidas en el este caso. Ante el vencimiento de los plazos establecidos y el incumplimiento de las recomendaciones, la CIDH decidió someter el caso a la jurisdicción de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CorteIDH).
Ayer 26, hoy 27 y mañana 28 de agosto de 2018 la CorteIDH tiene previsto que las partes comparezcan en una audiencia pública para llevar a cabo el proceso oral del caso de Yovany, el cual se realizará en El Salvador.
Yo quiero saber cómo sigue esta historia, y quiero creer que la impunidad se puede vencer de alguna manera, ya sea en las cortes guatemaltecas o internacionales que sí abren las puertas a la justicia.
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