“Everything I do is judged
and they mostly get it wrong
but oh well.
‘Cuz the bathroom mirror has not budged
and the woman who lives there can tell
the truth from the stuff that they say
and she looks me in the eye
and says Would you prefer the easy way?
No, well O.K. then
don’t cry”.
Joyful Girl, Ani DiFranco
Toda la vida nos han hecho creer que nuestro sentido primitivo es devorarnos y destruirnos unos a otros. Gana el más fuerte y, en efecto, ganará quien tenga las condiciones de supervivencia en esta selva de concreto de nuestro flamante siglo XXI. Esa fue la premisa del mundo para que las mujeres acabáramos con nosotras mismas y le dejáramos expedito el camino a lo “masculino”. “Divide y vencerás”, entonces vencieron. En ese sopor de las teorías de la procreación y machos y hembras alfas, la sociedad se sigue moviendo. A las mujeres se les juzga, de entrada y de cajón, por su apariencia, por su impuesta o prefabricada “belleza”. Nos han quebrado la imagen, percepción y conceptualización sobre nosotras mismas. Si no se hace en casa, lo hará la calle.
En un artículo para el Hunffington Post, Carmen Rengel habla de nueve cosas que diferencian a chicos y chicas en los estudios. Según el texto, las chicas los aventajamos en “compromiso y atención”, y los chicos nos aventajan en “ciencia y seguridad”. Bastante cuadrado el análisis, repite patrones de las princesas de Disney: las princesas sienten, no piensan.
Lo que rescato del artículo es que “ellos ganan en confianza”. Simone de Beauvoir afirmaba que “el hombre más mediocre se cree un semidiós ante cualquier mujer”. A nosotras nos han socavado el amor propio, la confianza y la seguridad en nosotras mismas. No nos enseñan a ser libres, independientes ni fuertes. El video precioso de Like a Girl pone los puntos sobre las íes.
Lo que hemos roto y nos cuesta mucho tejer son las redes de confianza entre mujeres. Una red de apoyo que realmente sirva. Para sostenernos, abrazarnos, comprendernos, escucharnos, querernos, amarnos. Lo difícil de conseguir esa red es que debemos desaprenderlo casi todo.
El cine, la música y los libros ayudan a desaprender, ver las miradas omitidas. Por lo general, las más omitidas son de mujeres. Muchas de esas miradas se cruzan conmigo en algún punto. En Lost and Delirious (2001) comprendí esta idea parafraseada: “No soy lesbiana, yo me enamoro de mujeres”. Things You Can Tell Just by Looking at Her (2000) me mostró el aborto, el cáncer, los prejuicios, los retos, las segundas oportunidades. Orlando, de Virginia Woolf, me mostró las circunstancias y contextos de los sexos, la maravilla de ser sin etiquetas. El dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy, me mostró infancias quebradas, desolación, belleza y poesía. Canción del Eco, de Christina Rosenvinge, me recordó espejos, amores imposibles y sonidos que se quedarán por mucho, mucho tiempo a pesar del olvido. En el arte vemos reflejos, y no sería justo omitir demasiados rostros que se tejen en nuestra piel.
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¿Quién es Diana Vásquez Reyna?