Truman Capote y el erotismo de la conversación


Noe Vásquez ReynaHabía pasado mucho tiempo desde que conocí la visceral frase de Truman Capote: «Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio», que me llevó a leer su primera novela Otras voces, otros ámbitos, aproximadamente en 2004. Posteriormente, en soporte digital, llegó a mis manos la historia llena de matices gris violeta y perlas Desayuno en Tíffany’s. Fue hasta 2020 que me disfruté devoradoramente el brillante resultado de una investigación que le llevó años: A sangre fría. En mayo recién pasado encontré, en una divina oferta de tres euros, una edición en pasta dura de Música para camaleones.

Admito que a Capote lo leo por haber sido homosexual confeso y tornasol; por su descaro, su brillo y oscuridades. Cada vez que me tienta su obra, para que habite mis días y mis horas, confirmo que en ella pervive el genio. No cualquier genio, sino el que queda después de un arduo, pulido y concentrado trabajo, tras la fiesta, el derroche, la conversación y el insomnio.

De este último libro publicado en 1980 es difícil decantarme por un solo relato ya que todos —etiquetados bajo el género de «no ficción» aunque la ficcionalidad en ellos es artificio de orfebre— tienen glamur, vísceras, realidad y una sintaxis particular configurada a partir de diálogos. Uno de mis mayores placeres es poder entablar conversaciones inteligentes que pueden ser banales o terriblemente profundas porque hay un erotismo que se satisface con las palabras, las pausas, los silencios y los giros particulares de las y los interlocutores capaces de verse a los ojos.

La edición que tengo de Música para camaleones tiene un prefacio escrito por Truman Capote donde hace gala de su memoria, fama y gloria, así como explica: «Tras escribir centenares de páginas sobre esas cosas tan simples, terminé por desarrollar un estilo. Había encontrado una estructura dentro de la cual podía integrar todo lo que sabía acerca del escribir».

Este libro se divide en tres partes: la primera se compone de seis relatos. Mi predilecto es Mojave, en el que la frase «Por favor, cariño. Ya pensaremos en alguien» me sabe a la mejor declaración de amor que puede pronunciar una persona. La segunda parte se corresponde a lo que Capote llama «novela real corta», Ataúdes tallados a mano, un thriller policial magnífico. La tercera y última parte está hilada por siete relatos que más bien son inesperadas entrevistas-conversaciones, de las cuales me quedo con dos: Un día de trabajo, en el que autor acompaña y escucha a la protagonista, Mary Sánchez: «(…) una asistenta que trabaja por horas, a cinco dólares la hora, seis días a la semana». El otro relato que me fascina es Vueltas nocturnas. O experiencias sexuales de dos gemelos siameses, del que se desprende la famosa frase del inicio de este artículo.

Truman Capote nació en la mítica Nueva Orleans, al sureste del estado de Luisiana, Estados Unidos, sobre el delta del río Mississippi (bajo el signo de Libra), el 30 de septiembre de 1924. Afirma que empezó a escribir a los 8 años: «No conocía a nadie que escribiese y a poca gente que leyese. Pero el caso era que sólo me interesaban cuatro cosas: leer libros, ir al cine, bailar claqué y hacer dibujos».

El escritor, novelista, guionista, dramaturgo y actor ocasional estadounidense murió en Bel-Air, Los Ángeles, el 25 de agosto de 1984, a los 59 años. El informe forense indica como causa de la muerte: «enfermedad hepática complicada por flebitis e intoxicación por múltiples drogas». En Vueltas nocturnas, ese monólogo a dos voces, se dice a sí mismo: «Claro que podría ser todas esas cosas dudosas y, no obstante, ser un santo. Pero aún no soy un santo; no, señor». Sus obras han sido adaptadas a más de veinte películas y series de televisión.

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