«Todo lo que pensamos lo pensamos entre todos».
Alfonso Reyes
El dolor y la miseria que envuelven al planeta me enfrentan cada día con la idea de encontrar la felicidad. Los diarios y noticieros parecen contar la crónica de cómo la humanidad se vuelve más insensible e indiferente. La muerte, que he experimentado por las lentas y dolorosas partidas de seres queridos, me hace reflexionar acerca de las injusticias a las que nos somete la vida, el destino o Dios.
Las innumerables historias de abuso que escucho, la terrible realidad que padecen las víctimas inocentes de las guerras, las condiciones inhumanas en que viven millones de personas gracias a la perversidad del hombre, más las enfermedades que azotan a niños indefensos me horrorizan. ¿Por qué nos olvidamos de la gente que sufre la miseria? ¿Es posible que en un mundo cruel y despiadado exista un estado de satisfacción espiritual? ¿Es injusto pensar en la felicidad?
Me inunda la ansiedad al buscar respuestas. Al mismo tiempo, la pena y la ternura me envuelven al pensar en el hombre como un ser sufriente y busco identificarme con los males de los demás. A esto se le llama compasión.
Al igual que la felicidad, la compasión es una satisfacción espiritual y es la esencia de la totalidad de la vida. Según el Dalai Lama en su libro El arte de la compasión, «solo el desarrollo de la compasión y el entendimiento de otros nos puede traer la tranquilidad y la felicidad que buscamos». Tal deseo de que los seres humanos queden libres de sufrimiento y miseria es a lo que el budismo define como compasión.
No puedo liberar al planeta del dolor o el sufrimiento, pero sí puedo combinar el sentimiento con una profunda comprensión del dolor que los demás sufren. Solo así podré sentir una verdadera compasión y alcanzar la paz. Si vivo en compasión viviré en un estado continuo de felicidad.
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