De adolescente siempre soñé con el día en que pudiera comprar un espacio de tierra que fuera mío, que estuviera a mi nombre y en el cual yo pudiera decidir qué hacer con él. Hoy, a mis 46 años, estoy a un clic de tenerlo… y será en la luna (y no: no es una broma).
Desde hace algunos meses me he obsesionado con las historias de Hernán Casciari, un escritor, editor y creador de contenidos argentino que tiene una serie de podcast en Spotify donde narra sus historias de manera muy singular y sencilla. En su edición Casciari 125 cuentos hay una en particular que parecía inverosímil llamada “La luna por veinte dólares” y que me llevó a investigar sobre su autenticidad y a estar a punto de tener mi parcela lunar.
En su cuento, Casciari narra cómo llego a comprar un acre en la luna, el título de propiedad que recibió por su compra y de Dennis Hope, el hombre que es el dueño legal del único satélite natural de la Tierra.
Hope es un ex ventrílocuo fracasado y vendedor de automóviles estadounidense que en 1980 se aprovechó de un vacío legal en el Tratado del Espacio exterior de 1967 para convertirse en el único propietario legal de la luna, sin que además nadie se opusiera o fuera capaz de contradecirlo o desestimarlo legalmente, dado que los recursos con las que se hizo dueño del satélite fueron válidos y auténticos. Hoy en día Dennis Hope ha hecho una fortuna de aproximadamente 12 millones de dólares tras vender alrededor de 611 millones de acres a USD $20.00 cada uno, equivalentes a 2,47 millones de metros cuadrados.
Sin embargo, no cabe duda de que la inflación global sobrepasa los límites de este mundo y hoy en día el precio por acre es de USD $34.99, que se puede comprar en la Embajada Lunar, el sitio web que Hope creó para vender terrenos de su propiedad.
A pesar de ser un negocio redondo para él, lo cierto es que Dennis Hope no es el único que ha reclamado la luna como propia. Descubrí una historia más antigua y no menos interesante durante una cena hace algunos días. En 1969, Jenaro Gajardo Vera, un abogado chileno, quiso hacerse de la luna para poder entrar en el Club Social de Talca, una asociación local de su país. Las reglas de este club establecían que los miembros de la sociedad debían demostrar poseer algún bien inmueble, así que Gajardo hizo una constancia afirmando que la luna le pertenencia, en un papel firmado por una notaría de la ciudad agrícola de Talca, en el centro de Chile, a unos 255 kilómetros de Santiago y del que hoy queda registro en el Archivo Judicial de esa ciudad.
Según la BBC Mundo, en 1969 el diario chileno La Tercera entrevistó al abogado para que explicase qué lo motivó a inscribir la Luna a su nombre, a lo cual respondió que la razón fue que quería dar notoriedad a una asociación creada por él mismo: la Sociedad Telescópica Interplanetaria de Talca, que pretendía ser una especie de comité de bienvenida para los primeros extraterrestres que llegaran al país sudamericano.
Tanto el ventrílocuo estadounidense fracasado como el abogado chileno son unos genios. Un día decidieron ser dueños de la luna y lo fueron. Sin duda, la creatividad y la visión humana puede ir muy lejos, tanto que ni la luna es un destino imposible. Uno se adueñó de algo que parecía absurdo y se hiso millonario; mientras que el otro tan solo quiso ser aceptado en una sociedad que te valora por tus bienes. Lo mejor de todo es que cada uno nos regaló una historia fascinante que contar.
Por mi parte, si bien es cierto que después de este clic voy a alardear de mi parcela en la luna, lo más importante para mí será tener la posibilidad de contar una nueva anécdota en mis noches de tertulia. Porque al final la vida no se trata de nada más que eso: de una colección de memorias que compartir acerca de lo descabellada pero también elocuente y hasta asombrosa que puede llegar a ser la realidad.
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