Vargas Llosa: hombre enlodado


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalHace unos días, el irlandés Paul Lynch ganó el premio de literatura Booker por su novela Prophet song. En una de las entrevistas que ofreció luego de recibir las 50,000 libras esterlinas que acompañan al premio, mientras me cepillaba los dientes lo escuché resumir la trama de su novela. Con la energía de un relacionista público, Lynch contaba que es sobre una mujer que trata de salvar a su familia en una isla distópica que se desliza hacia un gobierno autoritario. Es una novela sobre confinamientos y la poderosa fragilidad del poder político, explicaba, que escribió mientras vivía el confinamiento de la pandemia por COVID-19. Cuando le preguntaron si era esencialmente un libro político, el diestro autor respondió categóricamente que “no, no lo es”. Y continuó: “Tienes serios problemas si como novelista tu meta es ventilar tus quejas políticas”, o ligar tu escritura a lo social. Como escritor, concluía, su labor es hilar un libro con “peso moral” o lo individual.

El comentario del irlandés de inmediato me recordó al experuano Mario Vargas Llosa, y sin querer tragué un poquito de pasta de dientes mezclada con saliva. Pensé: ¿será que ser escritor de fama internacional requiere profesar el individualismo? O, ¿será que el sistema requiere de escritores que glorifiquen el individualismo y les pagan jugosamente por su traición?

El experuano fue uno de esos que comulgó brevemente con Fidel Castro hasta que se enteró de las unidades militares de ayuda a la producción donde, entre otras cosas, se garantizaba que el trabajo haría hombres a los homosexuales. Y lo entiendo. Mis años en la jungla libertaria, donde aún se encuentra Vargas Llosa, se deben mayormente a ver en Miami cómo agentes castristas limitaban el acceso de información a líderes juveniles comunistas. Pero también vi el racismo, la misoginia y el clasismo detrás del libertarismo gringo, y cómo es usado en Panamá para cementar el poder económico existente.

Desde 2010, el escritor de Travesuras de la niña mala ha promovido en discursos políticos, artículos de opinión y entrevistas su ideología de libertad para los que ya son libres desde la plataforma mundial que ofrece el Premio Nobel de Literatura (y ese libertarismo se permea en su escritura). Vargas Llosa también dejó atrás a Sartre, quien defendía el ideal del compromiso político del escritor ante la sociedad; o que la literatura debía denunciar la injusticia social y llamar a la transformación de la realidad. En su lugar, Vargas Llosa se escudó en Camus y su visión de la literatura como un fin en sí mismo que solamente puede ser valorada por su calidad formal como obra literaria y no por su finalidad política.

El experuano comienza a hablar entonces de una moral de los límites donde los medios justifican a los fines. Aún más decepcionante, el autor de la deliciosamente cruda La ciudad y los perros postula la superioridad moral del escritor frente al político y recomienda que éste mantenga una considerable distancia frente al poder y la política para preservar su autoridad moral. El creador literario es un David frente a un Goliat que busca destruir las libertades individuales.

Hace unas semanas, en una columna de (Casi) literal se reflexionaba sobre el anuncio del retiro de Vargas Llosa, culminando con un gracias “por todos estos años”. Yo también le doy las gracias al experuano por retirarse. Ya no tendré que aguantarme otro autor que dice ser capaz de atravesar el pantano sin enlodarse, y ni siquiera tener la delicadeza de quitarse el lodo de la cara.

[Foto de portada: Arild Vågen]

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