La trampa del concierto de Sabina


Leo

En nada es criticable que un artista quiera comerciar con el producto que elabora. Como buen mortal que es, seguro tiene cuentas que saldar cada fin de mes y necesidades biológicas qué satisfacer. Es un legítimo derecho —no solo para atender sus apetitos inmediatos y mediatos, sino para la realización personal— que trate de vivir de su oficio y explote sus habilidades al máximo como lo harían las demás personas en otros ámbitos profesionales. No obstante, es muy difícil establecer el límite en el que los valores artísticos comienzan a desdibujarse para dar prioridad exclusiva a los valores monetarios y comerciales.

El siglo XX fue la centuria de las comunicaciones masivas y los productos comerciales se movieron libremente por este gran mercado que dieron en llamar “aldea global”, por lo que es comprensible que cualquier persona que en la actualidad comience una empresa de cualquier tipo piense en expandirse.  Sin embargo, como suele suceder con el llamado “arte” que está destinado para el consumo de masas, es irremediable que en este hambriento sistema capitalista se formen los monopolios ávidos de riquezas.

Lo que llama la atención de todo este asunto es que artistas que se han lanzado al mercado con cierta fachada, con una supuesta “conciencia social” y con una imagen de “poetas del pueblo”, como decía un amigo, ahora se vendan cual exquisitas meretrices para embellecer las cortes de las clases burguesas advenedizas, que pueden pagar los costes de los boletos. Aunque me refiero exactamente al concierto de Sabina, la alusión se hace extensiva a otros trovadores y no trovadores que han encontrado en Guatemala, en nuestra ingenua Guatemala provinciana donde todavía es tan fácil dejarse sorprender, un creciente mercado. Claro, seguramente en la capital habrá muchas personas que puedan pagar desde los Q400.00 hasta los Q1200.00 de VIP, sin que eso represente un exceso dentro de sus presupuestos mensuales; mientras otros, los más, estarán dispuestos  jalar un dinerito por aquí y un dinerito por allá, para darse ciertos gustillos, pues sería imperdonable que estos intelectuales de las capas medias no asistan a estos eventos que las estratégicas agencias de publicidad han tratado de vendernos como únicos. A final de cuentas, si su vecino de casta más corriente es capaz de pagarse un boleto todavía más caro para entrar a ver a los Tigres del Norte en el estadio de la Pedrera, cómo va a dejar pasar la oportunidad de lucirse ante sus atónitos vecinos, que lo consideraran como una especie de iluminado del barrio.

Aclaro que con esto no trato de demeritar la música de Sabina ni la de nadie más. Más bien mi crítica apunta hacia ese juego de estatus que el establishment  suele montar para atraer a las masas. En el fondo, el principio es el mismo: aprovecharse de la necesidad humana de fabricarse dioses, ídolos, ejemplos sociales a seguir. Claro, los estadios tienen su público; y los artistas, convertidos en monos de feria, tienen el suyo. Y como en la variedad está la riqueza, hay artistas para todo gusto: Tigres del Norte, Bronco y Marco Antonio Solís, para personas que con o sin dinero, obedecen a cierto nivel intelectual casi nulo, popular, guashquero si se quiere —aclaro, estas no son clasificaciones que yo me invento o legitimizo, solo repito lo que se dice en el barrio—; otros, como Andrea Bocelli,  Aerosmith, Justin Bieber, Ricardo Arjona —este último, por cierto, intentó mostrar esa imagen de poeta intelectual incomprendido, imagen por lo demás grotesca, no solo por la pésima calidad de su producción sino por su propio estilo de estrella de Televisa—, asociados a un nivel más exquisito, refinado, civilizado, “educado” —hasta “fresa”, si se quiere en algunos casos y, en otros, incluyendo a los clásicos grupos de rock—;  y por último, Sabina, el finado Cabral, Silvio Rodríguez, Milanés y demás fauna, asociado a aquellos grupos que, aunque no tan refinados como los anteriores, poseen el don de la iluminación: “la intelectualidad”.  Ese es, señoras y señores, el juego de valores que se maneja tras bastidores. Y pareciera que hasta a los que se consideran “intelectuales”, hasta a los mismos considerados como “verdaderos artistas” les fascina jugar al juego que todos jugamos, como le llamó Jodorowsky a su pieza teatral: al juego del prestigio social.

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6 Respuestas a "La trampa del concierto de Sabina"

  1. Ana dice:

    Sabina se ha convertido en un producto que se vende bien, es lógico que habrá quienes se aprovechen de esto, en este caso Premier Producciones que necesita sacarle dinero al público, que finalmente muy embobado irá al concierto a un incómodo parqueo, para seguir reconstruyendo su negocio y seguir estafando a la gente. Los conciertos están de moda, las fotos de los conciertos en el Facebook, también está de moda; todavía más si es de alguien muy famoso, y como hay que quedar bien con la sociedad y con los «amigos», aunque no gusten los artistas, ni los espacios donde se presenten ahí estará toda la gente pagando sus Q1200 para entrar.

    1. Leo De Soulas dice:

      Es cierto, es la misma lógica comercial del fútbol. Mi pregunta sería si se pagarán impuestos los artistas, imagino que si, no obstante, aquí en Guatemala se mira cada cosa… Hay que ver lo que sucedió con el concierto de Bocelli, que querían que la sinfónica y el coro nacional le amenizarán el evento casi de gratis, y lo peor que muchos de estos músicos lo hicieran después bajo otro nombre. Esto sólo demuestra nuestro servilismo.

  2. Escribo esto desde la premisa que me gusta Sabina y pienso ir a su concierto.

    Estoy de acuerdo en que muchos trovadores trasnochados ven en Guatemala una minita de oro donde aún se escuchan sus viejadas (para mí, era el caso de Facundo Cabral); sin embargo, la calidad poética y musical de Sabina es, al menos desde mi perspectiva, indiscutible y preferible a pagar el doble o el triple por un partido de fútbol o un adolescente canadiense que menea el trasero haciendo «playback».

    Lo que personalmente me molesta es la mara de izquierda que cree que con ir a cantar dos canciones de Sabina ya están en los archivos secretos de la PNC. ¡Revolucionarios del Twitter y marxistas feisbuqueros!

    1. No discuto la calidad de Sabina, a mí también me gusta. Pero no pagaría esa cantidad ni ninguna otra por hacerle su diciembre a los organizadores. Al final de cuentas, lo que uno descubre tras estos conciertos que se ponen de moda es cómo nos quieren meter el consumismo hasta en la sopa, por cierto, en una sociedad donde ya somos consumistas, demás está decirlo. Además, detestable esta clasificación de VIP, clasista a morir. A mí, una vez, en un aeropuerto, para hacerme callar un reclamo que hice por un vuelo de conexión que perdí a causa de la línea aérea, me quisieron callar la boca diciéndome que me iban a pasar a la sala de espera VIP, creyendo que con eso me iban a meter el dedo, pero el dedo se los metí yo, diciéndoles que su sala de VIP no me iba a hacer recuperar el tiempo que había perdido, y que a mí eso de VIP o no VIP me resbalaba igual. En el fondo, eso es aceptar una forma de clasificar a la gente de acuerdo con su poder adquisitivo.

  3. Betzabé Alonzo dice:

    En realidad Leo De Soulas creo es veraz cierta parte del artículo, aunque claro, acepto un par de hechos que tal vez se dejan de lado y que deben ser abordados por su vitalidad en la temática, los a decir:

    a. El costo lo colocan los empresarios guatemaltecos que se dedican a negociar con esto, puesto que aunque cobraran un millón por entrada, la cuota que el cantante cobra es la misma, entonces el costo es punto y aparte del cantante

    b. Creo que obviamente Sabina es uno de los cantantes más reconocidos, que “pega” con personas con un poco de conciencia (tampoco es tan famoso) pero que si bien es cierto tiene a su grupo de seguidores, por tal motivo siento que es indispensable reflexionar sobre algo más allá del costo (que me parece risorio y que obviamente jamás pagaría por pura conciencia) pero, creo que es más puntual ver el trasfondo del concierto, es deleznable el lugar donde se llevará acabo el concierto, para mí eso tiene una connotación ideológica y una intención muy fuerte, el hecho de transmitir el siguiente mensaje: “Quieren pensar, quieren criticar el sistema, háganlo, pero su lugar es el sótano de un centro comercial, quieren pedir revolución, den su dinero, me lo quedaré y encima les daré su lugar… un parqueo, porque es allí donde pertenecen los que gustan de este tipo de música con conciencia, porque incluso un ishto mocoso como Justin tiene más derecho de presentarse en un estadio que no un reconocido cantautor como Sabina”

    c. Creo que va más allá del costo y de la enajenación de algún grupo proletario guatemalteco, porque eso es como querer pensar que realmente somos consecuentes y en realidad no lo veo así, porque bien que se puede gastar ese dinero en otros “lujos” como alcohol, zapatos, ropa, etc. por tal motivo creo que va más allá, no es como que exista un proletariado con conciencia de clase en Guatemala.

    1. En principio comparto todo lo que dices y me parece que esa es la trampa de los empresarios precisamente, aunque no concibo como el artista no puede estar enterado de esto. Por lo demás, precisamente por eso no participo de eso y si tengo muchas ganas de oírlo, prefiero comprar mi cd. Y lo que dices sobre el espacio, tienes razón, entonces para que seguirles el juego y llenarles las bolsas, si encima de eso te tratarán mal. Además, esas tonterías de VIP que se han creado, me molesta a veces tanto, porque clasifican a la gente por su poder adquisitivo, como que si quien tuviera más, fuera mejor. Gracias por opinar y por compartirlo.

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