Guatemala: el club de los aburridos


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal 2Cuando estaba trabajando mi tesis de licenciatura leí el debut narrativo de Jessica Masaya Portocarrero al que se refiere el título de este artículo. Se trata de diez relatos sobre varias personas a quienes el hastío aborda y desborda. Ese estilo de relato psicológico de exploración inmanente era una marcada tendencia en la narrativa de Guatemala a finales de la década de 1990: una suerte de rebelión desde un país que se había cansado de los revolucionarios. Como dice una de sus protagonistas: “en esta ciudad es fácil aburrirse”.

Pero vuelvo constantemente a ese título y a esa línea porque sigue siendo cierto. Por turbulenta y mórbida que sea la política, Guatemala no tiene más entretenimiento que comer o comprar. Y ni siquiera hablo de comprar como el pasatiempo postcapitalista de encontrar productos novedosos entre los incontables proveedores de Amazon, porque todos los centros comerciales tienen esencialmente las mismas tiendas y restaurantes de comida rápida. En Guatemala no hay nada qué hacer para pasar el rato.

Aclaro que no estoy hablando de la falta de espectáculos. Recibimos suficientes películas en los cines y suficientes artistas que quieren ofrecer sus espectáculos en la laguna de lodo que es Ciudad Cayalá. Hay bastantes artistas nacionales ofreciendo obras de teatro, comedia de stand-up y conciertos de cualquier género. Lo que no existe en mi país son espacios gratuitos para convivir sin comercio.

A medida que construyen más condominios con garitas y muros perimetrales se hace más inútil el concepto del espacio público. Las áreas verdes y deportivas son ahora un privilegio de quien paga el IUSI para ahorrarse el asalto. No pasa una semana sin que oiga de otra persona a quien le sacaron una pistola en pleno día mientras paseaba en el infame Pasos y pedales o el Paseo de la Sexta.

También vi los comentarios de justificada envidia por la hermosísima Biblioteca Nacional de El Salvador: un enorme y elegante edificio con zonas de tecnología, áreas para actividades infantiles y cómodos sillones entre sus estantes iluminados. Mientras tanto, la Biblioteca Nacional de Guatemala está cubierta de polvo, no ofrece un lugar para sentarse y cierra a la mitad del día porque no tiene el personal suficiente para mantenerse operando. Lo que sí tiene es un baño deshabilitado, lámparas fundidas, un patético blogspot que funge como sitio web oficial y una bibliotecaria descortés que te obliga a leer de pie junto al mostrador para “evitar los robos”. No tengo interés en volver a la Biblioteca Nacional del país con el único Nobel de literatura en Centroamérica.

Pero, para acabar, no hace mucho leí la conversación en X sobre la falta de museos en Guatemala. Más de alguien comentó que no deberíamos quejarnos porque tenemos 66 museos en el país. En algún punto de 2015 decidí aprovechar una semana de desempleo justamente para visitar esos museos en sus horarios hábiles. No soporté una hora en el Museo de Ciencias Naturales porque el olor a moho, formol y podredumbre de sus colecciones provoca más náusea que interés por el planeta Tierra. Pasé más tiempo en el Museo de Arqueología y Etnología, paseando entre sus monolitos pintarrajeados, leyendo las descripciones desactualizadas de la colección y tosiendo entre el polvo y las telarañas. No conforme con la decepción, decidí volver al día siguiente al Museo de Arte Moderno. Para entonces ya había desarrollado una buena tolerancia al polvo y pasé un agradable rato mirando las obras y el edificio rococó hasta que llegué a la célebre Música grande de Efraín Recinos. Noté las polillas, las quebraduras y las pintas. Nunca pensé que añoraría la pulcritud y orden del mall hasta que visité nuestras flamantes casas de la cultura, así que salí y me gasté el poco dinero que tenía en aquella librería de Fontabella.

Oro porque nunca me falte la plata para tener qué hacer en este país. No vaya a ser que termine enloqueciendo o, peor: que me una a un club de lectura. Al menos entonces tendría una gran recomendación.

[Foto de portada: tomada del Sitio oficial de la Biblioteca Nacional de Guatemala]

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