Hace poco me reuní con Diana Vásquez y Sergio Castañeda para hablar sobre crítica en el programa que Sergio coordina en Radio Urbana (propaganda incluida: laurbanaradio.com). La intención era proyectar la ausencia de una cultura crítica en la literatura y en el arte y sus consecuencias para la formación de un pensamiento crítico en general.
La conversación se fue por mil vertientes, y como siempre sucede en esos casos, uno se queda con la sensación de haber dicho lo que no debía, o de haber hablado menos de lo que después se le ocurre. El habla, la conversación, el diálogo se apodera de las propias ideas y es así como funciona el lenguaje. Ya lo decía Martin Heidegger: es el habla la que se manifiesta y se despliega en el acto. No es nunca un instrumento de ideas, sino es la idea la que participa del habla y se construye a partir del diálogo.
Pero bueno, nos la pasamos bien durante el programa, y detonó a partir de entonces un conjunto de reflexiones sobre el tema que anoté luego en un cuaderno y que ahora transcribo:
1. La obra demanda, sobre todo, una lectura. La posibilidad de vivir a través de ella, de dejarla entrar en la conciencia, en ese breve espacio de libertad en la que prima nuestra imaginación sobre nuestra racionalidad, en la que suspendemos nuestra causalidad lógica para dejarnos sorprender por el universo que nos abre.
2. La obra merece, en un primer momento, que le creamos. Que nos dejemos poseer por su mundo. Que seamos capaces de llorar sus tragedias o reír con ella. Dejarnos extasiar, salir de nosotros para entrar en ella y conservar únicamente la conciencia de la sorpresa.
3. Aproximarnos a una obra con la intención de analizarla y criticarla es de alguna forma un tipo de violación de su espacio. En primer término se trata de una lectura deshonesta. La verdadera crítica debe nacer sin serlo, desde la interpretación acrítica de la impresión, desde la primera enajenación, el primer arrobamiento que sentimos cuando nos acercamos a ella, sea esta una canción, una pintura o un libro.
4. El problema con la crítica académica es que en su mayoría, su primera intención es crítica, su segunda intención es crítica y su tercera intención es crítica. Pareciera, en muchas tesis, no existir la confianza ingenua en la que nos entregamos plenamente a la obra. A eso se refería Harold Bloom, cuando dijo que no pudo releer Paradise lost de John Milton, pues la relectura se convirtió de nuevo en la primera lectura. La lectura de un libro “por primera vez” es la más valiosa.
5. Ahora que lo pienso, de eso hablaba también Roland Barthes, en el ensayo sobre las peleas de catch, incluido en su libro Mitologías. Se trata de un acuerdo tácito que existe entre el público y la naturaleza espectacular del catch. Cuando leí ese ensayo recurrí a internet para buscar qué demonios era catch y se me hizo algo así como espectáculos domésticos, locales, de las peleas que transmiten de la WWF en la televisión (por otro lado, nefastas como entretenimiento). Barthes toma como ejemplo el catch porque se trata precisamente de un exceso de espectáculo, de una especie de “degeneración” inmediata del entretenimiento. Es un buen ejemplo que igual se podría aplicar al grito que escuchamos al final de El malentendido de Albert Camus.
6. Me gustaría enfatizar este fenómeno en el teatro porque se trata de un tipo de obra que apela directamente hacia nosotros. El teatro -representado, claro- es tal vez el arte que nos confronta y nos toca de forma más íntima. De esto hablaba yo hace poco con mi amigo Willys. El teatro, de alguna forma, nos compromete más que cualquier otra representación artística. Es un contacto directo con el otro.
7. Volviendo a la conversación con Willys, el cine es parecido pero cancela la experiencia de lo humano. La apelación del rostro de los actores compromete directamente la subjetividad que presencia el espectáculo. El cine es genial, pero impone esa barrera espacial y temporal muy cómoda entre quien observa y quien interpreta. En realidad es una barrera de presencia. Uno se siente mucho más seguro de ir al cine que de ir al teatro. Del teatro uno puede salir devastado, extasiado, como si hubiera recibido una paliza. Sentí esa paliza al ver el pasado fin de semana La cometa, obra montada por la compañía Andamio Teatro Raro. Impresionante texto, montaje, actuación. Ojalá vuelvan a presentarla pronto.
8. Ir al teatro es arriesgarse, es ir con la conciencia de no salir ileso.
9. Cambiando de tema, una última interrogante por esta cuestión de las críticas literarias que va más allá de esta cuestión de la interpretación y que se refiere más al funcionamiento del mercado editorial moderno: se me ocurrió pensar en un ensayo de Gabriel Zaid que leí hace algún tiempo en La máquina de cantar. El autor hacía un análisis sobre la producción literaria en… ¿México? ¿Estados Unidos? No lo recuerdo. El asunto es que siguiendo el ritmo, las curvas de crecimiento de oferta y demanda de libros en México (o Estados Unidos), se dio cuenta de que la curva de oferta crecía a un ritmo mayor que la de demanda pues la curva de crecimiento de la demanda era lineal y la de la oferta era exponencial, y hacía la observación insidiosa, cínica, de qué pasaría cuando la cantidad de libros publicados en ese lugar, extrapolable al mundo, superara la cantidad de lectores dispuestos a leerlo. Cita el ejemplo de una compañía estadounidense que cobraba cierta suma de dinero por escribir, editar y publicar un libro. Así, por ejemplo, si Willys o Diana o yo, o usted quien lee, quisiéramos agregar la hoja de vida el extraño título de “autor de libro”, basta con llamar a esa compañía y en cuestión de semanas ya uno se vuelve un autor publicado.
Luego me pregunté: ¿cuántos libros en Guatemala se publican sin ser leídos? No me refiero a ser bien, o mal leídos, sino literalmente, sin ser leídos. Me dio miedo seguir pensando en que el caso pudiera darse, así que mejor me puse a seguir haciendo mi tesis.
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Aún así, se aspira a escribir.
Cabal: el oficio más necio, testarudo, pero necesario.