Andreas Pum, hombre viejo, es un tipo verdaderamente afortunado. Veterano de guerra olvidada, había perdido una de sus piernas en una batalla. A cambio de su fervoroso patriotismo, el Estado lo condecoró y le ha concedido además una pierna de palo y un permiso para tocar el organillo. No se trata de un instrumento musical, sino de un organillo de cuerda con melodías que suenan cada vez que Andreas gira la manivela. Realiza su trabajo con el mejor de sus esfuerzos y es posible que también con vocación. Pareciera que ha nacido para girar la manivela, rápidamente si la situación lo amerita, o lentamente si lo rodea un grupo de personas tristes o meditabundas. Ocho son las melodías con que cuenta el organillo del buen Andreas, entre ellas el Himno Nacional y Lorelei. El permiso que por sus méritos le ha concedido el Estado le permite mendigar por las calles a cambio de canciones sin que la policía lo multe o lo reprima.
Todas esos favores del destino lo han hecho un hombre realmente feliz y conforme. Además había encontrado a quien él cree el amor de su vida: Katharina Blumich, una viuda de pechos amplios que decidió casarse con él luego de haber escuchado Lorelei y de haber hecho un cálculo rápido de las ganancias que la mendicidad ambulante de Andreas proveerían al hogar. Por otra parte, al ser Andreas un viejo cojo, Katharina está consciente de la poca probabilidad de infidelidad.
En ese momento Andreas está convencido de que el mundo está regido por un orden moral y confía en la benevolencia y la justicia del Estado y en la perfección del sistema. Considera a los inconformes que protestan en las calles como una banda de mendigos, ladrones y salteadores. Sin embargo, estas opiniones cambiarían luego de un incidente en un tranvía en el que Andreas se queda sin el permiso para realizar su trabajo. Acusada por la angustia de ver a su esposo tras las rejas, Katharina encuentra consolación en los brazos de Vinzenz Topp, inspector de policía por quien decide dejar a Andreas.
Cuando ve que ha perdido a la mujer de su vida, y además el medio con el que sostenía su existencia, un cambio se produce en Andreas Pum. Un cambio verdaderamente insospechado. Andreas comenzó a dudar de absolutamente todo en lo que antes creía. Se trata de una rebelión. De ahí el nombre del libro, que no trata de una rebelión acompañada de hordas populares alzándose en armas contra algún tirano. La rebelión sobre la que Joseph Roth escribió esta obra es una más íntima, y por lo mismo, la más verdadera. Una rebelión cuyo ímpetu debería alimentar y modelar las rebeliones masivas con que los pueblos se han levantado en armas: una que surge desde la misma liquidación. Desde el vértigo de estar al borde del precipicio de la vida.
Andreas sale de prisión con el cabello blanco, sin afanes pasionales juveniles. Sale dudando, además, de todas las instituciones, del amor, de Dios, de sí mismo. Llega a casa de su viejo amigo Willi, con quien vivía antes, y que se ganaba la vida de forma dudosa. Él es capaz de darle un trabajo a Andreas, que se guarda las ganas de rebelarse de forma fáctica, o al menos, de explicar que era un hombre honrado.
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