“La patria del hombre [y la mujer] es el mundo, y si en mí consistiera borraría de todos los diccionarios la palabra extranjero”.
Justo Arosemena
Cuando escucho frases como “A Panamá se le respeta” y “Panamá para los panameños”, solo se me ocurre cuestionar si las personas que usan estos argumentos para justificar su odio irracional hacia los extranjeros tienen idea de la connotación real de cada una de estas frases.
La primera defiende la mediocridad bajo la excusa que nadie puede hablar mal del país, no importa si se violan los derechos humanos, hay casos terribles de corrupción o simplemente se repugna el terrible tráfico a todas horas del día; bajo esta lógica la autocrítica y la crítica externa es inútil porque lo principal es defender una “buena imagen” inexistente y creada a partir de nuestro concepto de patria. Por otro lado, la segunda frase es una copia de la insignia que marcó la política exterior de Estados Unidos desde el colonialismo e imperialismo, decir “Panamá para los panameños” solo nos debería recordar con vergüenza que el America for amerincans ha justificado intervenciones militares, económicas y políticas en Latinoamérica, incluyendo eventos desastrosos como la Invasión estadounidense de 1989.
No podemos seguir negando que existe una xenofobia escondida bajo un escudo nacionalista. Un escudo que a su vez se enaltece de símbolos tales como banderas, himnos y escudos, y moralismos que deben proteger estos símbolos a como dé lugar. Estos símbolos se nos han impuesto y han formado en nosotros un imaginario social de “lo que es patria” con el fin de proteger un territorio delimitado también imaginariamente en un mundo que es concebido sin fronteras. Este chip ha sido heredado generacionalmente: lo que hoy es el respeto hacia la patria, en el pasado era el respeto hacia la figura de un Rey o Emperador, personas que se envestían divinamente para que la gente muriera por sus caprichos. Hoy, estos símbolos siguen jugando su papel desde la realidad moderna a través de una lealtad militarista la cual no se puede discutir porque significa traición, logrando de esta forma ejercer control social gracias a estos símbolos creados para legitimar la grandeza de la patria.
Desde pequeños se nos muestran todos estos símbolos que nos hacen sentir orgullosos de ser panameños, y no digo que esté mal enorgullecerse por nuestros bailes, pollera, comida, fauna, flora, etcétera; al final nuestra forma de ser está influenciada por todas estas características. Somos lo que somos por el cúmulo de cosas que vemos, oímos, degustamos, olemos y sentimos, pero quedamos en lo superficial cuando hay más indignación porque un extranjero hizo chistes sobre Panamá en vez de incendiarnos en ira al ver cárceles más llenas que un salón de clases, o camillas con adolescentes dando a luz en hospitales públicos sin insumos, o empresas trasnacionales saqueando recursos naturales o personas que tiran basura en la calle. El defender una bandera nos ha colonizado mentalmente y ha reducido la patria a estos símbolos sin tomar en cuenta que también “esa patria” nos la roban en nuestras caras los gobiernos, empresarios, compañías y, hasta nosotros mismos, cuando hacemos la vista gorda.
Por eso debo ser enfática cuando digo que es necesario empezar a vernos como ciudadanos del mundo en vez de ciudadanos de un determinado país que ni siquiera escogimos al nacer. Mi patria, si he de hablar que para mí existiese una, no está delimitada por una frontera. Todas las patrias son mi patria porque nací en la Tierra, soy parte del Universo y de esta infinidad de tiempo. Mi patria son los seres humanos, las plantas, los ríos, las rocas y las montañas; todo lo que forma parte del espacio (sea lo que sea el espacio), y si me arrebatan alguno, lo destruyen, lo humillan o torturan, entonces a mí también me estarían arrebatando mi patria.
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¿Quién es Corina Rueda Borrero?