El «suisida» de Cortázar


Rubí_ Perfil Casi literalHay escritores que son desconcertantes: unos por la capacidad increíble de hacer de los lectores acérrimos devotos de su obra y otros porque alguno de sus libros no nos dejó ir más allá del desencanto, ese efecto tan amargo que levanta murallas de juicio y nos frena la voluntad de darle una segunda oportunidad. Pero tachar a algún escritor o escritora como bueno o malo solo a partir de nuestro gusto y empatía es un ejercicio que no requiere de mucho seso. El desconcierto es una emoción positiva tanto cuando nos gusta un libro, tanto como cuando no nos gusta: la desilusión de gusto puede hacernos menos jueces y más críticos.

Por ejemplo, en lo personal Rayuela no es para mí un libro al que regrese habitualmente (porque creo fielmente que el lector se define por lo que relee y no por lo que lee), y pese a los detractores de mi opinión —que seguramente no serán pocos—, me atrevo a deducir que no es su mejor obra. Para corroborar este aventurado argumento no está de más leer Bestiario o Historias de cronopios y de famas para la iniciación cortazariana. Por nostalgia me quedaré siempre con el cuento «Silvia», que me confirma que la imaginación de un niño es el primer tesoro que se hunde en el fango mohoso de la academia.

Pero volviendo a Rayuela, confieso que la tercera lectura me dejó un sentimiento revelador de asombro con un capítulo en particular, que al principio me pareció una hermosa y simpática tomadura de pelo más en aquel rompecabezas, donde se amalgaman magistralmente la música (el jazz y la música sinfónica), la pintura (de los conocidos y los no tan conocidos) y, por supuesto, la literatura y filosofía, y un argumento poco innovador. Me refiero al capítulo 69 —de los capítulos prescindibles—: ese capítulo fantástico escrito a propósito con una gran cantidad de faltas ortográficas dignas de un trofeo a la escritura esperpéntica. Sin ser purista del idioma, me declaro incompetente para desenmarañar a la ligera un capítulo como tal.

El jugueteo comienza desde el título: Otro suisida. El cuento relata el suicidio del coronel Adolfo Abila Sanhes, y bueno: Abila Sanhes fue un ombre meresedor de atensión i de apresio. Las escasas dos páginas que narran la vida de tan desdichado coronel suicida están escritas así, y es imposible transitar en la lectura sin el túmulo del equívoco lingüístico que nos hace frenar y bajar la velocidad para no estrellarnos en el poste del «no entendí».

Fonéticamente el capítulo no es nada del otro mundo dado que si se lee en voz alta los deslices escriturales pasan desapercibidos al oído; pero la celosa bruja malvada llamada doble articulación no nos permite dispensar que aquella i, usurpa el lugar de la y rozando deliberadamente los límites del fuego iracundo de la ortografía.

Este capítulo es ilustre por su naturaleza profética, porque no podemos negarnos al hecho de que la escritura no académica, e incluso la académica, no andan tan lejos de ese disparate visual que es el capítulo 69 de Rayuela. La experiencia en la lectura de comentarios o publicaciones en plataformas virtuales y redes sociales nos confirman que el escribir mal es un hábito que llegó para acomodarse y acampar incluso en el mismo medio que mes a mes vacía las cuentas monetarias de muchos que necesitan un diploma.

Rayuela nunca dejará de sorprender por su naturaleza del eterno retorno, y no hablo de la concepción filosófica de los estoicos; me refiero más bien al acto de regresar a ella cada dos o tres años para digerirla mejor, para recibirla como lectores más maduros y lograr así pelar menos con ella, siendo más indulgentes y menos soberbios.

No aseguro que tres o cuatro lecturas sean la fórmula mágica para convertirse en militantes de la narrativa de Cortázar, pero esa relación de amor-odio con Rayuela termina tarde o temprano en buenos términos. Lo que sí aseguro es que el tiempo es un elemento importante para la reconciliación con la obra, aunque entiendo que no son pocas las veces que nos saca de nuestras casillas. Leamos a Cortázar, y leamos Rayuela; quizá descubramos algo primordial, tal y como yo descubrí que el estilo de su capítulo 69 tiene muchos adeptos en la red.

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