«Puedes comer de todo lo que quieras de los árboles del jardín, pero no comerás del árbol de la Ciencia del bien y del mal. El día que comas de él, ten la seguridad de que morirás».
(Gén 2, 16-17)
Sería sencillo hacer un ensayo académico: conseguir un método crítico o investigativo, establecer juicios de autoridades, hacer las citas pertinentes (entre más abundantes, mejor) y dejarse llevar por todo aquello que ya está escrito y pensado, por las suaves olas de la intuición y por la agradable modorra de no adentrarse en los asuntos peliagudos.
Mas no, no; este será un trabajo argumentativo, profano, pedestre. Este será el fruto de las agónicas horas que roba el conocimiento; las horas de primavera que arranca un papel marchito a quien le brinda su subjetividad para revivirlo, para rescatarlo de la destrucción: el olvido.
¿Quién no ha pensado que quien lee un libro vive doblemente, tanto la realidad objetiva como la ficcional? Esta es la primera impresión, la impresión que todos nosotros tuvimos cuando buenamente nos acercamos por primera vez a un texto. La literatura es viajar, nos decíamos. La literatura es realizar los sueños, nos repetíamos. Escribir modestas ficciones (en los casos agudos de delirio literario) es establecer otra realidad, crear mundos hasta ahora inexistentes, independientes del mundo tangible.
Cuán ilusos hemos sido si alguna vez pensamos que la literatura nos brindaría algún tipo de conocimiento, que la literatura nos conduciría, eventualmente, al placer estético o a la verdad lógica o a la virtud moral o la praxis revolucionaria o al desinteresado arte por el arte o al conocimiento de alguna otra ciencia. Mucho más equivocados estaríamos si consideramos que a través de la literatura alcanzaríamos la purificación (catarsis) de nuestros dolores mundanos, o si creyéramos que sería una realidad paralela, donde no existiera el dolor ni el malestar ni las viles desgracias de los hombres. ¡Ilusos!
La literatura no es revolución, la literatura no es evasión, la literatura no es purificación, la literatura no es religión, la literatura no es la verdad, la literatura no es hedonismo. La literatura es dolor, desgarramiento, soledad, aislamiento, misantropía, decadencia, locura, malestar, enfermedad, vicio, compulsión, obsesión, perdición, pensamiento: muerte.
La literatura es una gran red de laberintos, es una necrópolis de palabras bañadas en tinta para atormentar las conciencias de los hombres con la misma intensidad (o más) que la del propio autor. ¿Por qué añadir desgracias a nuestra desgraciada condición humana, por qué alegrarnos vanamente por un personaje inexistente? Se ama la literatura porque se ama la mentira y la simulación; porque queremos poemas que nos induzcan emociones, y emociones que nos induzcan un palpitar.
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¿Quién es Gabriel García Guzmán?