«El pasado es un lugar extraño».
Empire Escape
El segundo libro que terminé de leer este año fue Una novelita lumpen de Roberto Bolaño. Brevísima, la novela despliega unos episodios adolescentes de la autoproclamada delincuente Bianca. La leí junto con alguien a quien claramente no le gustó y se refirió a ella como «una historia donde no pasa nada interesante». Pero ese, pensé yo, es precisamente el punto. Y aquí podría comenzar a hablar inacabablemente sobre el impecable lenguaje de Bolaño y la sorprendente credibilidad de su narradora, pero lo que en realidad me conmovió fue la manera en que, lejos de una casa destartalada en Italia, me trasladó a un sitio escasamente explorado en mi memoria.
¿Qué podría ser tan interesante acerca de una historia donde realmente no pasa nada? Esa respuesta no es tan fácil como lo que querrían escuchar quienes preguntan. Pero para empezar veámoslo como un sueño. Pocas actividades son tan aburridas e inútiles como escuchar a otra persona relatarnos un sueño que tuvo, pero estoy segura de que casi todos podríamos relatar con excruciante minuciosidad uno propio. No es como que tengan una narrativa coherente o un objetivo lógico, pero todos nuestros sueños, o al menos los que recordamos, son una especie de mitología personal. Sería imprudente decir que existen categorías o tropos en estas aventuras del subconsciente, pero es casi seguro que se basan en experiencias sensoriales o emocionales familiares. Y supongo que recordamos algunas de estas narrativas porque resuenan con algo que conscientemente nos acecha; quizá por eso tendemos a relatarlos o soportamos que otros lo hagan.
Pero volvamos a la historia de Bianca, delincuente adolescente y protagonista de Bolaño, porque estoy en la edad en que, como ella, puedo observar retrospectivamente esa época en mi propia experiencia. Si fuese a contársela a cualquiera, mi vida entonces también sería una historia donde no pasa nada interesante. Los días que me parecieron tan determinantes, felices o tormentosos entonces solo existen de esa manera para mí. Por momentos puedo rememorar conversaciones completas y me cuesta registrar ciertas culpas, deseos y necesidades de mi contraparte diez años menor. La novela de Bolaño representa perfectamente ese desorden, la nebulosa de experiencias sin propósito ni satisfacción de donde emergemos decididos a justificar o razonar nuestro origen cuando nos volvemos adultos. Y es que la clave de una historia sin clímax ni riesgos recae en su potencial para equilibrar la lógica y la emoción, especialmente en estados indefinidos e imposibles de resolver. Bianca es no solo uno de los personajes femeninos más complejos que he leído, sino también la mejor representación de una mente juvenil. Algo aún más importante: Bianca también ilustra cómo nuestra idea de normalidad nos transforma aún más que los traumas y heridas que nos distinguen.
Supongo que por eso siempre he tenido una rara fascinación con los sueños, o lo que mi mente intenta procesar y conservar a pesar de mis esfuerzos continuos por retener o soltar ciertas experiencias. No sé qué tan saludable sea conocerse demasiado. Tampoco podría justificar racionalmente por qué insisto en recordar algunas cosas, particularmente las que duelen y parecen nada. Quizá la manera en que construimos nuestra identidad no es más que eso: una historia sobre nada que veneramos con todo. Por eso, acaso, nos asusta soñar con esto o aquello. O quizá nos tranquiliza.
Como todos, tengo un panteón de mitos pequeños, nostalgias tortuosas y personas que quizá nunca debí conocer, magníficos errores más o menos inmediatos. Son mis propias historias sobre nada. Y si bien recordar o soñar son actividades amargamente recluidas, me consuela saber que la literatura, como lo pondría Joseph Campbell, transforma estos mitos en sueños colectivos. El pasado es un lugar extraño, pero cada historia que nos apropiamos nos permite navegarlo inacabablemente. Y de repente ya no importa si es un recuerdo, algo que soñé o una ficción porque de todas formas ya no me siento tan sola.
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