En esta serie de artículos que absolutamente nadie pidió voy a analizar cuatro películas musicales live-action que se lanzaron en 2024. Muchas de estas películas tenían brillantes materiales fuente, y en un par de casos había una sincera intención de crear arte y celebrar las capacidades del medio. Las cuatro películas conforman dos adaptaciones, una obra de rocola y una obra original. Empezaremos por una de las adaptaciones que habría deleitado a Angelica Quiñonez adolescente.
La película original de Mean Girls (2004) fue lanzada justo en el mes de mi cumpleaños catorce, así que un sábado cinco amigos y yo fuimos a verla al cine y comimos pizza. Mi madre estaba algo atormentada por la naturaleza gráfica de algunas de las bromas, pero mis amigas y yo nos reímos y nos sentimos muy identificadas. De hecho, mi mejor amigo (hombre), quien había trabado los ojos por la selección de una «película para chicas», era el que reía con más ganas.
El éxito de Mean Girls radica en una milagrosa serie de buenas decisiones: el guion irreverente de Tina Fey, la inteligencia social de su fuente (un libro de autoayuda para padres de niñas adolescentes) y las fantásticas decisiones de casting que incluyen a Rachel McAdams, Lizzy Caplan, Amanda Seyfried y la entonces ultra-famosa Lindsay Lohan. La cinta sigue siendo una de mis favoritas incluso veinte años después porque su premisa y humor siguen provocando y lastimando a la «avanzadísima» sociedad occidental. Mean Girls es icónica porque en cualquier momento de nuestra vida podemos volver a verla y, sin dudarlo, podremos señalar quién es la Regina George en nuestra vida: esa persona que odiamos tanto como admiramos, y que sin importar cuán exitosos o maduros nos sintamos, siempre nos invitará a compararnos para mal.
Ese sentido de atemporalidad, aunado a la nostalgia por esa época febril de la secundaria, guio la adaptación musical de Nell Benjamin y Jeff Richmond. El musical homónimo se estrenó en octubre de 2017, trece años después de la película original. Los productores lograron ampliar la metáfora de la secundaria como una selva y expandieron los roles de los personajes como Gretchen o Janis para explorar cómo todas las personas somos, en cierto modo, una chica mala que tiene ganas de lastimar. Para entonces las redes sociales ya eran tan ubicuas que los creadores debieron incorporarlas al guion con algo de miedo para actualizar la obra sin distorsionarla. Se percibe un poco de inseguridad en el libreto, pero a la larga el protagonismo lo tienen los números eclécticos que reflejan el pop-rock dosmilero en todo su esplendor: pegajoso, vocal y muy melódico. El musical propulsó las carreras de Renee Rapp y Sabrina Carpenter, y aunque no ganó muchos premios, fue un éxito taquillero que recaudó $125 millones de dólares en 833 funciones antes de que lo cerrara la pandemia de Covid-19. Por eso es una lástima que la adaptación cinematográfica de 2024 haya decidido la ruta de la mediocridad.
A pesar del involucramiento de Tina Fey en esta adaptación, queda muy claro que Mean Girls en 2024 ya no tiene el coraje para ser políticamente incorrecta. Desaparecieron los chistes sobre gordura, abuso sexual, raza y homosexualidad, como si quisieran convencernos de que la sociedad ha avanzado y ya «nadie en ninguna parte» se burla de eso. Basta con ver al personaje de Janis, cuya trama solía centrarse en el rumor de su homosexualidad y que en la adaptación se convirtió en una caricatura de la lesbiana posmoderna. La película quiere ser inclusiva, madura y comprensiva a pesar de tratarse del lugar más excluyente, inmaduro e intolerante del mundo: la escuela secundaria. El guion se lee como una infantilización, y su incorporación de formatos de TikTok y filtros de Snapchat apesta a desesperación por relevancia.
Pero volvamos al punto de un musical. Mean Girls, el musical, estaba bastante bien elaborado, con momentos cómicos, divertidos y profundos en balance. La película no sólo elimina más de la mitad de los números del escenario, sino que con ello recorta el desarrollo de personajes como Gretchen Weiners y Aaron Samuels, que le daban más gravedad a la trama. Y como si eso fuera poco, los productores le dieron el rol protagónico a una actriz incapaz de cantar en el rol de Cady Heron y decidieron adaptar las canciones a un registro blando.
La película de 2024 fue promocionada como un remake y no como un musical, lo cual causó mucha confusión entre las audiencias que se toparon con coreografías y solos mediocres (con las contadas excepciones de Renee Rapp y Auli’i Carvalho, que son cantantes de carrera). Acaso los estudios pensaron que la generación que sube tiktoks bailando se sentiría repugnada al ver un número coreografiado de Broadway…
Entre más lo pienso, menos sentido hace. La cinta de 2024 hizo unos buenos millones, pero pasó a la irrelevancia con la misma presteza con que llegó. No hay memes ni frases icónicas porque debajo de todo el artificio sólo hay plástico. En el espíritu de hacer una película que le encantara a la generación Z —y a las mujeres, a los hombres, a los gays, a las lesbianas, a la gente no binaria, a la gente con trastornos alimentarios, a la gente que vio la original, a la gente que nació después de 2004, a la gente que no es blanca, a la gente que odia los musicales y a la gente que los ama—, Hollywood hizo una película que no le gustó a nadie. Y quizá por eso es mejor que sólo se recuerde como una historia con moraleja, o que la dejemos perecer bajo las ruedas del bus.
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