La verdad es que no sé qué responder cuando la gente me pregunta cómo se escribe un chiste. Podría portarme muy profesional y decir que existen tropos específicos para formar un relato: que tienen una premisa y un remate, que se apoyan en cierta analepsis o que definen un personaje y una motivación. La verdadera complicación de esta tarea consiste en hacerla parecer un gesto espontáneo y continuo, así que suelo responder que lamentablemente toda mi rutina está basada en una historia real.
Si uno se da a la tarea de comediante, las rutinas deben transformarse a medida que la audiencia crece y cambia. Deben responder cada vez que la justicia genera otra desgracia, el presidente abre la boca o el internet expone una nueva profundidad en la necedad humana. Uno pensaría que los chistes mueren tan rápido como los periódicos de anteayer, pero lo que no deja de fascinarme es cómo, esporádicamente, aparece uno que simplemente no deja de causar risa, aun contándolo o escuchándolo miles de veces. Son bits que se quedan indefinidamente en las rutinas de mis compañeros y que nunca fallan en suscitar las carcajadas cuando el público definitivamente no coopera. Ahora que me corresponde renovar todo el set de chistes para una nueva temporada, no he dejado de pensar en cómo se genera ese humor sempiterno, y si acaso podría haber algo triste o perturbado en esa experiencia.
¿Por qué buscamos la comedia, para empezar? La risa es un reflejo natural, pero los patrones de qué es cómico y qué no son aprendidos, o más bien, imitados, porque el ser humano ansía sentirse incluido. Aprendemos a reírnos de lo que nos mantiene dentro del grupo que nos corresponde emocionalmente. Supongo que por eso es tan fácil burlarse en compañía.
Invariablemente no hay nada risible en las cosas felices: nos reímos del sufrimiento ajeno, real o imaginario. He llegado a pensar que nos gusta reírnos porque nos deja pensar que nuestras propias experiencias negativas no son tan graves. Por otra parte, hay un siniestro juego en la capacidad de golpear verbalmente algo que nos molesta o que nos oprime, por eso le damos apodos a las autoridades. La comedia, como el sexo o el dinero, también es una cuestión de poder, pero decididamente efímero y absurdo, porque al final del día es solo un acto de valía personal. Especialmente en la comedia negra hay un gozo bastante nefasto en la capacidad de burlarse de las enfermedades terminales, la muerte o la violencia urbana, como si quisiéramos convencernos de que eso no nos pasará. Hay una exquisita paradoja en la posibilidad de reírse para escapar de la conformidad, al mismo que se ríe para garantizar la pertenencia en un grupo.
Lo más lejano que puedo recordar de cuando me reí de un chiste fue a los cuatro años. Definitivamente no se trataba de algo tan reflexivo como una rutina de stand-up, sino de la novedad que me causaba oír groserías como las que decían mis compañeritos del colegio. Cuando crecí, mi contacto directo con la comedia venía de los sitcoms americanos. No me provocaban grandes carcajadas pero me entretenían lo suficiente como para que no cambiara el canal. A la fecha, muchos episodios de Friends me sirven de ruido de fondo cuando estoy sola en la casa, y sin querer los vuelvo a ver y prácticamente puedo recitar de memoria el libreto con todo y las pausas del laugh-track. He coincidido ya con varias personas que comparten este extraño vicio. Si me pongo fatalista-existencial puedo decir que hay una consolación en saber cómo acaba la misma historia en 22 minutos, con todo y final feliz, mientras volteamos la vista de nuestro propio desconocido, preocupante y amargo porvenir.
Supongo que por esa misma razón se ha presentado El día que Teco temió ininterrumpidamente durante más de una década. Mientras tanto, nada se ha avanzado en materia de derechos humanos y discriminación. Sí, la comedia requiere que haya sufrimiento, pero al mismo tiempo es una razón para maquillarnos el miedo con un brochazo de lo absurdo, lo exagerado y lo insincero. De hecho, la comedia ofende cuando le devuelve a las personas algo de lo verdadero y vicioso que existe en ellas mismas. Esta es una tarea más dignificada que suele atribuírsele a la literatura, pero creo que cada vez hay menos personas que sucumben a una epifanía existencial con el monólogo de Iván en Los hermanos Karamazov y más cuentas de Twitter para vocalizar la ofensa personal como deporte competitivo. En fin, la comedia está para darnos el paralaje sobre lo más espantoso que puede pasarnos: existir. Y quiero pensar que si buscamos con tanto cariño volver a sentir la misma risa, bien podríamos volver a sentirnos humanos, y acaso un poco más honestos.
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