Recientemente leí el reportaje de Nómada titulado «Así funcionan los negocios de los centros de rehabilitación evangélicos en Ciudad de Guatemala» y todavía no me repongo del asombro de los horrores y abuso a los derechos humanos que se cometen de puertas para adentro en estos sitios de tortura, que es lo que son en realidad. Pero más asombro me causa que estas instituciones estén autorizadas y solapadas por el Ministerio de Salud y por las prostitutas del poder: las iglesias evangélicas.
De ahí, como suele suceder en las instituciones estatales, todo mundo se lanza la bolita y nadie quiere asumir responsabilidades. Por su parte, el Ministerio Público, experto en enredarse en burocracias, encuentra con facilidad cualquier pretexto para no darle seguimiento a las múltiples denuncias que puedan surgir.
Pero lo peor de todo es que el ministro de Salud, José Roberto Molina Barrera, termine dando declaraciones desfachatadas en las que afirma de la manera más irresponsable que a su cartera no le corresponde cambiar las condiciones de estos centros. Entonces, ¿a quién le corresponderá? ¿A Cultura y Deportes? ¿A Energía y Minas? ¿A Educación?
Pero todavía más: las iglesias de todas las denominaciones cristinas ―y con ello también se incluye a la Iglesia Católica― que se pasan llenando la boca de amor al prójimo en sus servicios, en lugar de denunciar estos atropellos en verdaderos actos de amor los solapan y contribuyen a propagar la ignorancia en este pueblo que se ha quedado sumido en una pesadilla medieval. Predicadores de todas las calañas llegan a estos centros e intentan succionar lo que queda de sangre de las personas, generalmente de bajos recursos y con niveles de educación muy bajos, que ahí son maltratadas. Pero eso no debe de extrañarnos ante una iglesia que, acostumbrada a coquetear y prostituirse con el poder, se convierte en cómplice de estas torturas.
En realidad, esta situación, al final de cuentas, no es más que la degradación potenciada que sufre la sociedad a nivel general, así que para nada debe extrañarnos que las terapias utilizadas para curar las adicciones no solo carezcan de una mínima fundamentación científica y que terminen revestidas de porquería religiosa que solo contribuye a sedimentar más la ignorancia y la miseria reinante.
Al final de cuentas, ¿a quién le importan los drogadictos, los alcohólicos, los homosexuales y los «débiles mentales», como suelen llamarlos las autoridades laicas y religiosas, principalmente si son pobres y han carecido de oportunidades en un país ingrato que trata a sus hijos más desfavorecidos como escoria?
Luego, todo mundo pretende darse baños de pureza y decir que aquí no pasa nada, cuando este país es lo más parecido a un vertedero de miserias. Casas como Jehová Jireh son una muestra de ese infierno que ni el mismo Dante hubiera podido imaginar. Pero como son ellos, las pobres piltrafas del lumpen, es preferible «hacernos de la vista gorda» y pensar que esas desagradables cosas ocurren fuera y lejos de nuestro mundo de marfil, rodeado de centros comerciales y ostentosas iglesias a donde acudiremos para creer que expiamos nuestras culpas.
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Muy atinado tu aporte, mi estimado Leo!!!