Hoy es jueves 23 de enero y, según la calendarización de publicaciones de esta revista, a mí me corresponde publicar en este día. Casualmente a mí que, muy a pesar de cumplir funciones directivas para la misma, admito con un poco de vergüenza que hasta ahora nunca me he tomado cinco minutos de tiempo para publicar siquiera un par de líneas dedicadas a ella, ni siquiera para explicar asuntos tan elementales como qué es Casi literal, cuáles son sus orígenes, quiénes somos o hacia dónde vamos. Se supone, además, que yo debería de estar escribiendo editoriales, artículos de fondo sin firma, cuando hasta ahora lo único que he hecho es usar este espacio quincenal para infiltrarme y ser uno más entre ellos, esos hombres y mujeres que con sus valiosos aportes humanos e intelectuales han logrado mantener a flote esta empresa.
Este proyecto editorial se inició con la ayuda profesional e intelectual de un grupo de académicos en distintas áreas humanísticas y sociales, hombres y mujeres jóvenes y entusiastas que coincidían conmigo en la necesidad de acercar el arte y la literatura a las masas por medio de una crítica accesible a todo tipo de público, y fue así como como hoy hace un año Gabriel García Guzmán publicaba el primer artículo de Casi literal, dando así por inauguradas nuestras actividades. Desde entonces hemos publicado un total de 110 columnas firmadas por no más de una decena de autores, lo suficiente para haber dado la bienvenida hasta ahora a un total de 473 suscriptores a través de nuestros distintos medios de alcance, lectores principalmente de Guatemala, Estados Unidos, Nicaragua, México, España, Argentina, Colombia y Costa Rica. Así mismo, nuestro nivel de aprobación es en un 93% “excelente”, según esta encuesta realizada a nuestros lectores.
Ahora bien, si alguien el día de hoy me preguntara que si el enfoque original de Casi literal y su línea editorial siguen intactos, confieso que no sabría qué responder por temor a equivocarme. Y es que, ¿cuán fácil podría resultar para un editor mantener intacto un enfoque puramente cultural, cuando de repente se da cuenta que entre sus firmas colaboradoras hay una decena de autores y autoras con unas ganas insaciables de gritar y de ser escuchados? Reuní un grupo de firmas académicas e intelectuales sobre temas humanistas, y me encontré además —como si se tratara de una especie de bonus o “¡Sorpresa!”— con un grupo de hombres y mujeres rebeldes y a los que por más que intenté persuadir —en más de una ocasión— en defensa de nuestro enfoque primordial y nuestra línea editorial, nunca logré que permanecieran sobrios de dar palo por más de dos publicaciones seguidas. “Sí, Alfonso”, “Disculpa, Alfonso”, “Claro que sí, Alfonso”, “Tenés razón, Alfonso”, “Como vos digás, Alfonso”, y así bien bonito me respondían todos uno por uno luego de hacerles ver mi preocupación, pero qué va. Una vez —a petición expresa de un lector que escribió a nuestro correo electrónico de contacto—, llegué incluso a decirle a uno de ellos “Fulano/na, ¿sabías que no hace muchos años por haber escrito un artículo como ese ya hubieran enviado a matarnos, a vos por escribirlo y a mí por publicarlo?”, a lo que Fulano/na, con un rostro emocionado/da y una gran sonrisa en la cara me respondió algo así como “De veras, ¿va? ¡Imaginate cuánta adrenalina para los dos, uff, qué nivel!”.
Le respondí que adrenalina los cuernos, y que al menos a mí no me hubiera causado gracia ser perseguido por ese tipo de asuntos. Pero en ese momento también me di cuenta que mis intenciones de persuadirlos serían siempre inútiles. Era como querer robarles el oxígeno. Entonces caí en cuenta que realmente no se trataba de ellos, sino de una fuerza superior determinada por el tiempo y el espacio en el que nos tocó coincidir, una fuerza superior determinada por un contexto y una realidad que nos supera abrumadoramente y que nos arrastra a todos, incluyendo a tipos como yo y mis afanes primordiales de querer acercar la cultura del arte a las masas. “Uno de los tantos compromisos de quienes escriben, es saber que este no es el mejor de los mundos posibles”, me dijo una vez uno de ellos.
Desde este asiento de coordinador y editor de Casi literal, desde este ángulo observador casi-omnisciente del pensamiento de cada uno de ellos, a lo largo de un año he sido el testigo de las extravagancias más variadas e inauditas: desde un tipo que odia los punto y coma y amenaza con renunciar si luego del proceso de edición aparece algún signo de éstos en alguno de sus artículos, hasta un tipo creador de polémicos manifiestos ambiciosos y revolucionarios; o desde una mujer que en un extraño ritual de connotaciones químicas y hasta espirituales deja sus artículos “en remojo” antes de enviarlos a edición, hasta un editor de área lingüística castellana sin tapujos para denunciar abiertamente algunas de las atrocidades de la Real Academia.
Sí, así de extraños, irónicos, curiosos, radicales, raros, tercos, valientes e interesantes suelen ser los colaboradores y columnistas de Casi literal. Ellos son Sergio, Jimena, Alí, Juracán, Ana, Leo, Douglas, Eunice, Guillermo, Eynard, Bárbara y Saúl; y en este día, un año después, no me queda más que agradecerle a cada uno de ellos por ser parte de este proyecto editorial en expansión. Que su voz no se apague y que siga resonando por muchos años más.
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