Como a eso de las tres de la tarde el cielo de Panamá palidece y queda esa eterna nube que cubre esta ciudad. A veces parece un eterno mausoleo con sus altas murallas de concreto donde habitan cadáveres desesperados. El cielo entonces comienza a caerse. Posa sus nubes como si empañara la mente y entra la extrañeza y la desesperanza por todo aquello que se quedó o se perdió. Entonces deliberadamente pienso en el tiempo.
A estas alturas quién sabe en dónde estaría si hubiera sido un año normal; quizá viendo el verde del verano o esos lagos que cuando les pega el sol parecen espejos que resplandecen y dan ganas de abrazarlos, retenerlos, porque así somos las personas: tenemos el sentido de la posesión muy bien desarrollado. Creemos ser dueños de algo completamente pasajero. Nos engañamos como se engaña a la mente cuando está triste: leyendo frases, viviendo de esperanza que no logramos matar porque al final estar triste es al menos estar en algo.
Así transcurren los días, unos más grises que otros y con aquella esperanza ficticia como la que acarrea la vida cuando se ha quedado sin sentido, porque se nos fue el futuro, el mundo se volvió más chico y estamos irremediablemente solos caminando agarrados de la nada como a la orilla de un precipicio.
Y yo sigo pensando en el tiempo y es ahí cuando trato de darle sentido como si fuera posible, como si solo fuera una línea recta; como si las redes y la tecnología pudieran matar, cuando se apagan, lo que el corazón piensa. Como si el silencio apagara el fuego que solo alborota el agua con todo su oxígeno. Como si tratara de recorrer kilómetros de ausencia para dejar que se extinga algo que solo necesita un instante para que vuelva a existirse.
En eso se abren las ventanas desde el escaparate, vivir en lo alto, en la cima del tedio. «La vida es un segundo», te dicen, y parece muy larga a veces con sus amaneceres todos iguales, la rutina o el desasosiego. Y piensas en el año 2500 y te da miedo. Lo único que quizá puede subsistir son algunos versos como los prefacios de Jane Austen de por’ai del 1800. Hasta que me acuerdo de eso que te dije…
Por eso te lo dije y se quedó suspendido en las palabras; en todas esas frases que a veces desdoblo y que puedo ver completas en mi mente y en el mismo tiempo que se ha sumado con los años. Porque querer es algo que se vive, duerme contigo, se toma el té con dos cucharaditas de azúcar, escucha música y luego se ríe, te juega bromas, se baña contigo, te acaricia el cabello y te dice cosas que nadie escucha. Porque no se quita, porque no se lava. Porque ahí se queda y deja una marca. Porque, aunque esas mismas nubes un día se vayan y dejen el cielo límpido y te acompañen con una sonrisa y un vestido amarillo a cuadros, yo te seguiré queriendo como se quiere a lo eterno.
†
¿Quién es Gabriela Grajeda Arévalo?