Extranjera en Panamá


Gabriela Grajeda Arévalo_ perfil Casi literalVivir en un país como Panamá siendo extranjero es vivir como un espectador porque el extranjero por su condición de ajeno no tiene derecho de pronunciarse a lo que acontece, por más impuestos que pague. De esa forma, todos los que no somos de aquí observamos y callamos, porque si a los panameños los vapulean por ir a protestar pacíficamente contra la corrupción y el abuso de poder frente a la Asamblea, qué puede esperar uno que es menos que nada en un país que te lo recuerda todo el tiempo.

Este año cumplí siete de vivir en Panamá y puedo afirmar que en todo este tiempo nunca vi una crisis semejante a la que se desencadenó por el COVID-19 y las que se siguen desatando en el país a partir de ella. Desde un gobierno totalitario que se sirve de los antimotines para apaciguar cualquier alzamiento pacífico de la población hasta detenciones ilegales a periodistas, contrataciones sospechosas, sumas de dinero desbordantes designadas a situaciones que nada tienen que ver con el virus y una economía fragmentada que se fue hace ratos por la borda. El país estuvo sumergido en la más estricta cuarentena durante meses, como ya he mencionado en otras columnas. Solo podíamos salir tres veces por semana y dependiendo del horario que indicaba el último número de la cédula. De esa forma, cientos de personas perdieron desde sus negocios hasta sus viviendas.

El caso es que desde hace dos meses Panamá se fue abriendo paulatinamente a medidas económicas y sociales cuyo cometido era el de «resguardar la salud de todos los panameños». Es por ello que las playas se abrieron hasta hace muy poco y nadie puede meterse en el mar después de las 4:00 de la tarde, no vaya a ser que del mar brote Aquaman y contagie a todos con el virus. Los policías rondan los balnearios buscando como sabuesos personas para apresar. Hace poco también me enteré de que detuvieron a un par de surfistas y los arrestaron hincándolos en la arena, como si hubieran asesinado a alguien. De esta forma el país se ha convertido en un infierno policial.

A todo esto, han surgido escándalos donde, por supuesto, los que están en el gobierno sí pueden hacer lo que les da la gana. Hubo quien celebró una fiesta: el alcalde que se fue a la playa mientras la gente de su país permanecía encerrada. Y así, el chiste se cuenta solo.

Ahora la nueva bomba que hay es la de las fiestas patrias. Para quien no esté al tanto, en Panamá hay dos grandes bloques vacacionales: febrero, con los carnavales; y noviembre, con las fiestas patrias. Por lo tanto, las fechas de feriado nacional son el 3, el 4, el 10 y el 28 de noviembre, pero los festejos inician a veces con «puente» desde el viernes anterior hasta el lunes de la siguiente semana. Entonces no ha faltado quien se escandalice en las redes sociales porque la gente ha salido en manada a las recién aperturadas playas.

Y es que, después de tantos meses de encierro, y a pesar de la ley seca, nadie ha impedido las bailantas y juntas que acarrea el descontrol del «deber patrio». Entonces el gobierno, porque esa es su estrategia, ya salió amenazando a la población (que a este punto somos todos chiquillos de cinco años) con que si la cosa sigue así nos volverán a encerrar porque de plano habrá rebrote del virus, dado que ya hay alertas de que en Europa están encerrando a la gente y acá seguramente será igual.

Y yo me pregunto: ¿eran tan necesarios los feriados patrios? Venimos arrastrando meses de improductividad económica, locales cerrados y hordas de personas yéndose de Panamá; personas que aportaban al país verdaderamente. ¿No era más sensato acaso, por ser un año atípico en el que ya «descansamos» suficiente, que se suspendieran algunos feriados?

La realidad es que, si vamos a hablar de deber cívico y de patria, se hace más patria trabajando, dándole trabajo a la gente y dejando que, en la medida de lo posible, la destartalada economía se restaure. Los únicos que sí deberían descansar, de alguna forma, son los médicos y los maestros que estuvieron batallando todo el año con lo indecible. El resto debería trabajar. Los centros comerciales, en lugar de achicar su horario, deberían extenderlo y las autoridades deberían entender que no es el ocio lo que los sacará adelante de este problema, sino el trabajo duro y la perseverancia. Eso es verdaderamente construir un país.

Pero mientras las autoridades sigan recibiendo su cuantiosa e injustificada suma mensual, sacando medidas arbitrarias y poco estudiadas y sumergiendo a la población en el miedo, Panamá, unos de los ombligos estratégicos y económicos más importantes del mundo, seguirá inmersa en el atraso y el subdesarrollo. Y en lo que a mí respecta, espero pronto formar parte de todos esos que se fueron en busca de la coherencia y el bienestar que tanto escasea en este querido país.

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