En defensa de Bukowski


Rodrigo Vidaurre_ Casi literalLlevo tiempo contando a Charles Bukowski entre mis escritores favoritos. A los 15 años tal atrevimiento podía diagnosticarse como ignorancia; como una enfermedad juvenil cuyas causas son ser hombre y creerse escritor, pero ahora la gente se sorprende cuando lo digo; quizás piensan que, o soy un ignorante que ha logrado disimularlo relativamente bien, o soy un provocador a quien solo le gusta llevar la contraria. Y aunque me gustaría aceptar el papel de hereje, la realidad es mucho más simple.

Es cierto que comencé, como muchos adolescentes: leyendo a Bukowski por lo fácil que era y por su imagen de enfant terrible. En el colegio me habían aburrido (en ese tiempo así lo veía) con Luis de Góngora, mientras que los poemas cortos e irreverentes de You Get So Alone at Times That It Just Makes Sense me parecían emocionantes y vanguardistas. Con los años conocí otras formas de apreciar la poesía, pero seguía regresando a Bukowski para ver si era cierto que es un escritor mediocre a quien uno eventualmente deja atrás.

Pero para decepción de mis literatos de bien, en cada revisita yo descubría algo nuevo que admirar. Para cuando terminé Post Office ya no me interesaba tanto el alcohólico misántropo sino el trabajador de cuello azul que despotricaba contra las instituciones burguesas y la hipocresía de sus valores. Cuando menos La obra de Bukowski tiene valor político y social porque documenta de primera mano una realidad brutal e injusta que los T.S. Eliot del mundo jamás conocieron.

Bukowski cultivó un estilo minimalista y crudo que hace de su propia vulgaridad una virtud. Es fácil leerlo a través de lentes académicos y concluir que su vocabulario austero, su unidimensionalidad y su ritmo a veces torpe son el resultado de una falta de talento. Es tan fácil que durante la mayor parte de su vida fue rechazado por exactamente esas razones, pero quizá hay otra forma de leerlo, y es como una respuesta a un establecimiento literario que muchas veces ha practicado los peores vicios aristocráticos. En Bukowski encontramos no solo una estética, sino una ética antielitista que busca replantear la pregunta de qué es poesía y quién puede escribirla.

Es todavía más fácil hacer un análisis moralista y decir que Bukowski era un fascista y merece ser cancelado. Si uno le ha leído suficiente sabrá encontrar matices en esa acusación. Es cierto que fue un admirador irredento de fascistas como Pound y Céline, y es cierto que el universo bukowskiano está atravesado por una misoginia y racismo casuales que no tienen justificación; pero también es cierto que esas actitudes coexisten en su obra con un instinto empático e igualitario. En Bukowski, el cinismo y la misantropía viven en tensión constante con el amor y la esperanza. Hegel decía que la verdad está en la contradicción y si eso es cierto, hay mucha verdad en Bukowski.

En mi última visita a Bukowski me detuve a analizar sus entrevistas y sobre todo sus cartas, en las cuales ponía el mismo empeño que en su obra literaria. En ellas nos habla sobre su vida y sobre la tarea del escritor de una forma honesta, humilde y vulnerable que casi nunca asociamos con su persona. Me convencí finalmente de que Charles Bukowski fue un artista en el sentido más auténtico de la palabra; alguien que, a pesar de sufrir discriminación, hambre y rechazo, atendió fiel y disciplinadamente al llamado de escribir su verdad sin importar el dinero o la fama. Si el mundo no considera eso razón suficiente para darle una oportunidad, quizás Bukowski tenía más razón de la que pensaba.

[Foto de portada: Sophie Bassouls para La Razón]

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