A veces se piensa que al arte solo puede tener acceso un grupo selecto de individuos que han tenido las oportunidades económicas y educativas para disfrutar de él. En países como Guatemala esta regla se cumple. Son pocas las iniciativas —la mayoría de fondos privados o provenientes de la cooperación internacional— que transmiten en cierta medida lo contrario: el arte es y debe ser para todos.
En mantener esto como una norma juegan un papel principal las organizaciones que marcan radicalmente los límites y blindan el acceso a la participación y el disfrute, colocando galerías o montando eventos en zonas a las que no puede llegar una población empobrecida o al cerrar espacios para artistas sin conexiones ni cuello.
En términos políticos y sociales se tergiversa el concepto del arte y del espectador. Incluso medios de comunicación conservan la idea de que el pueblo ignorante no entenderá una palabra bien escrita, una pintura, una ópera, una pieza teatral completa, o no es capaz de formarse opinión por sí solo de lo que acontece a su alrededor.
El antropólogo Marvin Harris afirma que “solo el Homo sapiens puede ser calificado con justicia de animal artístico”, y toma la definición de Alexander Alland de arte como un “juego con la forma que produce algún tipo de transformación-representación estéticamente lograda”. Además explica los ingredientes clave en esta definición: juego, forma, estética y transformación.
“El juego es un aspecto agradable y gratificante de la actividad que no cabe explicar sencillamente por sus funciones utilitarias o de supervivencia. La forma designa un conjunto de restricciones que afectan a la organización espacial y temporal del juego artístico. El ingrediente estético apunta a la existencia universal de una capacidad humana para dar respuestas emocionales de apreciación y placer cuando el arte es logrado. La transformación-representación se refiere al aspecto comunicativo del arte. El arte siempre representa alguna cosa —comunica una información—, pero esta cosa nunca es representada en su forma, sonido, color, movimiento o sentimiento literales”.
Esperaría que esta teoría básica sacada de la Antropología Cultural, y muchos otros estudios actualizados, no fueran desconocidos por profesionales del arte. La formación artística y cultural tampoco queda bien representada por los que tienen los recursos económicos y se han autonombrando dirigentes culturales en el país. La formación, incluso autodidacta, es necesaria.
Cuando era niña tuve acercamientos con el arte por referencia, por curiosidad y por intuición. En la escuela muy pocos maestros se centraron en invitarnos a curiosear o conocer sobre música, cine, pintura y demás expresiones artísticas. Cuando se acaba la secundaria, el arte queda desplazado, por considerarse, en principio, un gusto elitista y porque no tiene una utilidad práctica o monetaria.
El nulo encuentro con el arte en la niñez deviene de que acarreamos un problema histórico de gobiernos autoritarios e ignorantes que vieron como amenaza a la cultura, el arte y la educación. Cercenaron la posibilidad de que generaciones enteras sintieran interés y valoraran esos pilares que determinan una sociedad.
El columnista y profesor universitario Miguel Flores reflexionaba sobre cuáles son las políticas culturales que ofrecen las organizaciones políticas para las próximas y nefastas elecciones. Los grillos siguen en sinfonía, porque no hay.
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¿Quién es Diana Vásquez Reyna?